La pandemia del covid-19 y su inherente confinamiento ha obligado a paralizar casi toda la actividad, y la científica no es una excepción. De hecho esta, en lo que a la parte más práctica se refiere, se ha tenido que congelar, en algunos casos literalmente, como los cultivos celulares que usan los investigadores en medicina o bioquímica.
De hecho, esta congelación ha sido gradual, según explica Alberto Anel, director del departamento de Bioquímica y Biología molecular y celular de la Universidad de Zaragoza. Un grupo que se dedica a la investigación del cáncer y de la inmunoterapia. Con las primeras medidas de la universidad ya se limitó el acceso, pero, según explica, algunos consideraban como tal el mantenimiento de cultivos que «les habían costado mucho», y por estas y otras visitas, el rector en funciones tuvo que enviar una notificación general porque «estaba yendo demasiada gente».
Así que las células y cultivos se congelaron en espera del deshielo posterior al estado de alarma. «Ahora solo se va una vez por semana por el envío de nitrógeno líquido, a comprobar que los tanques están llenos o, en su caso, llenarlos», explica Anel.
La congelación también ha afectado, obviamente, a las prácticas de laboratorio, algo que está pendiente de solventarse una vez que se retome el curso, porque en principio son esenciales para los grados.
Según confirman desde la Consejería de Ciencia y Universidad, y desde la propia institución pública de enseñanza, el aislamiento ha restringido la actividad de los grupos de investigación a los servicios básicos, como el mantenimiento de los animales de laboratorio, incubadoras de cultivos.
Paralelamente, eso sí, los investigadores, previo aviso de los responsables universitarios antes de adoptarse el cierre, se llevaron toda la tarea que pudieron a casa. Y curiosamente, en este aspecto, el confinamiento les está permitiendo sacar adelante trabajo que el día a día habitual dificulta y que, en realidad, es «lo que se usa para medir la productividad: las publicaciones».
Así lo explica el geólogo Antonio Casas, cuyo grupo ha tenido que ver también interrumpido el trabajo de campo, pero que está aprovechando para «preparar un artículo largo, un libro, sobre los trabajos que hemos ido realizando en el Atlas. En realidad tenemos trabajo para unos cuantos meses, porque con los campamentos, lo vas acumulando, y al final es por lo que te miden», explica.Todo esto, coinciden Anel y Casas, se compagina con la docencia, que sí se sigue llevando a cabo por medios telemáticos.