Cada nuevo medicamento que llega a los pacientes tiene detrás uno o, por lo general, varios ensayos clínicos exitosos. El ensayo clínico, que en la inmensa mayoría de los casos (ocho de cada diez en España) está impulsado por la industria farmacéutica, representa la etapa final de esa compleja, prolongada y arriesgada carrera de fondo que supone la I+D de los nuevos medicamentos, que empieza cuando identifica un primer compuesto prometedor, en la etapa preclínica, y culmina 10-12 años después, cuando, si todo ha ido bien, el nuevo fármaco se pone a disposición de los pacientes.
Aun contando con el elevado riesgo de fracaso (sólo una de cada 10.000 moléculas investigadas llega a convertirse en un medicamento aprobado), todo el camino de la I+D biomédica, y en especial el ensayo clínico, representa un esfuerzo colectivo y multidisciplinar que apenas tiene parangón con cualquier otra actuación que se lleve a cabo hoy en las sociedades desarrolladas.
El ensayo clínico constituye uno de los mejores ejemplos de cómo aunando fuerzas con el mismo objetivo, que no es otro que lograr nuevos fármacos para mejorar la salud de las personas, sectores y agentes muy diversos son capaces de generar una dinámica virtuosa que beneficia al conjunto de la sociedad, aunque estos beneficios sean, en ocasiones, poco conocidos.
Así, investigadores de distintos ámbitos, profesionales sanitarios (y en especial médicos), gestores de centros sanitarios y de investigación, responsables de las administraciones sanitarias, profesionales de las compañías farmacéuticas y miembros de organizaciones de pacientes tienen su papel en la investigación clínica de nuevos tratamientos, y todos ellos son copartícipes del éxito colectivo que supone la generación de nuevo conocimiento científico y de nuevas terapias para beneficio de los pacientes.