A menudo, la ciencia se nos presenta como una actividad aislada, realizada en laboratorios que la alejan de los problemas que nos acucian cada día, y hace que miremos el desarrollo científico como algo ajeno y desconocido. Por eso, cuando nos propusimos llevar a cabo el proyecto Vigilantes del Aire nos interesó, por un lado, escoger un tema que nos afecta a todos -la contaminación atmosférica-, y por otro utilizar una metodología al alcance de todo tipo de público, fácil de realizar y que no requiriera el uso de complicadas tecnologías. Así, nos asegurábamos una participación masiva, sin tener en cuenta la edad, la formación o el estatus económico de quienes recibieran su planta.
A la llamada de Vigilantes del Aire acudieron infinidad de entidades que se unieron sin dudar al proyecto: el IPE - Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC) sería el encargado de realizar el análisis científico de las muestras y la FECYT - Fundación Española para la Ciencia y Tecnología dio el impulso económico necesario para comenzar el proyecto.
De las 5.000 plantas entregadas se han recibido más de 2.700 muestras -un 54%-, de las cuales casi 2.500 van a poder ser analizadas. Que más de la mitad de los participantes hayan enviado su muestra es todo un éxito para el proyecto, ya que las plantas han sufrido las inclemencias del invierno y corríamos el riesgo de que muchas se marchitaran. Gracias al compromiso de los participantes la cantidad de muestras recogidas servirá para realizar un análisis exhaustivo de muchas más zonas de nuestro país.
Desde el pasado 9 de mayo las muestras recibidas se encuentran en el Laboratorio de Paleomagnetismo de la Universidad de Burgos, donde el equipo científico del IPE (el Instituto Pirenaico de Ecología) realizará los análisis para conocer los datos de acumulación de metales en la superficie de las hojas que hemos recibido.
La mecánica del análisis de las muestras es la siguiente: se recogen las hojas que nos han llegado por correo, se secan, se pesan y se introducen en cubiletes de plástico, junto a un poco de papel film, una solución fijadora (un silicato) y algodón.
Una vez tapado, el cubilete pasa por la acción de dos máquinas: una que le imprime una fuerte carga magnética, el magnetizador -lo que orientará la posible carga magnética de las partículas que ha podido retener la hoja de fresa-, y otra máquina que mide la señal magnética de la muestra.
Esta señal magnética, comparada con el peso de la muestra, nos dará una idea de la magnetización debida a los metales pesados que alberga en su superficie como consecuencia de su exposición al ambiente.
Comparando las muestras recibidas de los distintos lugares podremos conocer en qué zonas del país los materiales pesados son más abundantes, e intentar buscar sus causas: tráfico rodado, tranvías, calefacción, industria, etc.