Un equipo del CSIC demuestra las alteraciones en la microbiota humana provocada por estos residuos que llegan al sistema digestivo por alimentos y bebidas.
La contaminación de los ecosistemas por microplásticos es uno de los principales problemas medioambientales a los que se enfrenta el modelo actual de gestión de residuos. Por su difícil control, por su alcance y por las consecuencias que tiene para la salud del planeta.
Ahora, un grupo de científicos españoles ha dado un paso más allá para delimitar también cuál es el daño específico que provoca en la salud humana. Concretamente, qué efectos tiene tras instalarse en los intestinos junto con los alimentos y bebidas consumidos en la dieta habitual.
Aunque prácticamente invisibles, ya que tienen un tamaño inferior a los 5 milímetros, una incalculable cantidad de esferas, fragmentos o fibras compuestas de este resistente material están presentes por doquier. Principalmente en las aguas (ríos, mares y océanos), pero también en las especies animales que lo pueblan y las tierras que son regadas con ellas.
Han llegado a detectarse hasta en los pingüinos de la Antártida. Lo que es el peor de los augurios. Pero si se trata de encontrarlos en nuestro entorno próximo encontramos un triste exponente de la contaminación por este escurridizo residuo: el mar Mediterráneo.
Esta es una de las áreas del mundo con mayor acumulación de plásticos. Los estudios realizados hasta el momento estiman que contiene en sus aguas superficiales 84.800 microplásticos por km2, unos 300 por kilogramo de sedimento marino, y 59 por kilogramo de arena de playa.
Hasta 5 gramos cada día
¿Qué consecuencias tiene esta realidad tan cercana? Otra que lo es mucho más. Para encontrarlas no hay que mirar más allá, sino uno mismo. Al fin y al cabo, todo lo que se arroja a la Naturaleza y que esta no es capaz de degradar, regresa a nuestro cuerpo. Así, la Ciencia ha calculado que cada semana ingerimos entre 0,1 y 5 gramos de microplásticos a través de alimentos y bebidas.
Los estudios sobre la toxicidad de estos nanoresiduos en humanos no abundan, pero es un campo de investigación en auge por el interés que suscita. El último que se ha publicado en este sentido tiene firma española y ha logrado determinar qué efectos tiene en la salud digestiva cuando se alojan en el intestino.
La clave reside en la microbiota, ese conjunto de bacterias que se encuentran en el intestino y que están directamente relacionadas, no solo con la salud digestiva, sino con muchos otros aspectos del bienestar del organismo.
El estudio realizado por un grupo de investigadores del CSIC, y publicado en la revista Scientific Reports, demuestra que la ingestión de microplásticos PET (asociados con la cadena alimentaria) disminuye la abundancia de bacterias conocidas por sus efectos positivos en la salud y se incrementa la presencia de otros grupos microbianos relacionados con una actividad patógena.
Desequilibrio bacteriano
"Dada la posible exposición crónica a estas partículas a través de nuestra dieta, los resultados obtenidos plantean que su ingesta continuada podría alterar el equilibrio intestinal y, por tanto, la salud", expone Victoria Moreno, investigadora del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL) del CSIC.
El trabajo de los investigadores españoles es muy relevante porque es pionero por partida doble. Es el primero que evalúa el impacto de la ingesta de microplásticos en el tracto digestivo y la microbiota intestinal humana y, por otro lado, nunca antes se había observado directamente cómo evoluciona este material una vez que está alojado en nuestro interior.
Al llegar al colon se ha visto que tiene una estructura biológica diferente a la original. "Todos estos mecanismos y factores observados, que apenas se están empezando a estudiar, contribuirán a averiguar si los microplásticos pueden permanecer en el cuerpo humano y acumularse potencialmente en algunos órganos y tejidos", concluye la investigadora. Así, defiende Moreno, es necesario conocer el destino de estos materiales que llegan a nuestro cuerpo y las consecuencias a corto, medio y largo plazo.
El interés por estudiar estos efectos en la salud humana (además de la de los ecosistemas) está actualmente entre los objetivos de la Unión Europea, que financia el programa PlasticFatE en el que se enmarca este trabajo.
Una disciplina emergente
El estudio de la microbiota, su composición, el papel que juegan las bacterias 'buenas', las consecuencias de que la población se desequilibre y ganen terreno las 'malas', es una disciplina relativamente nueva que está adquiriendo cada vez más relevancia en Medicina. Sari Arponen, doctora en Ciencias Biomédicas y médico internista, es una de las especialistas más destacadas de nuestro país en este campo y ha estudiado las consecuencias del desequilibro que pueda provocar el microplástico ingerido.
El papel de los billones de bacterias que pueblan nuestro intestino es imprescindible para la vida en tanto digieren los alimentos y producen, entre otras sustancias, vitaminas. Tan relevantes son que cuando se carecen de algunas de estas bacterias o se tienen demasiadas se puede enfermar.
Enfermedades relacionadas con la microbiota
Del equilibrio de esta población de 'bichitos' microscópicos, cada uno con su papel, depende muchos aspectos del bienestar físico. "Su alteración es omnipresente en multitud de enfermedades", asegura la citada especialista. Estas pueden ir desde una dermatitis hasta un fallo cardiovascular, pasando por el estrés o la obesidad.
El propio CSIC, por ejemplo, es uno de los institutos de investigación españoles que está implicado en demostrar la relación de estas bacterias intestinales con los procesos depresivos, ya que están relacionadas con la fabricación de neurotransmisores tan relevantes para esta enfermedad como la dopamina y la serotonina.
Pero al margen de estas dolencias, la lista de otros males en los que puede influir una microbiota en mal estado no es corta: alergias, mal humor, cansancio, cefaleas, estreñimiento (y lo contrario, diarrea), dolor articular, inflamación intestinal, gases y hasta dermatitis.
Fuente: Heraldo de Aragón