Aunque su DNI hable de Torredonjimeno como lugar de nacimiento, usted es cincovillés.
Mi madre era andaluza y mi padre, de Ejea; allí viví desde los tres años. Soy ejeano y zaragozano.
¿Cuándo supo que quería dedicarse a la medicina?
En la infancia ya recuerdo un deseo difuso, porque pasé por alguna enfermedad dura de niño y la vivencia de no poder salir a jugar con los demás. Recuerdo cuando venía el médico de cabecera, don Ambrosio, con una voz muy sonora que siempre me tranquilizaba. Estaba de servicio día y noche, y con buen humor, tanto en Ejea como en pueblos cercanos; yo quería hacer milagros como él.
Ya en Zaragoza, en el colegio de Corazonistas, el camino comenzó a definirse más.
Las ciencias naturales me llamaron mucho la atención, sí, la biología sobre todo, aunque también me encantaba la literatura, pero sí pensaba ya en ser médico y curar a la gente.
Además de ejercer toda una vida como galeno y docente, le nació un afán divulgativo que se plasma ahora en el libro ‘’10 ventanas al mundo de la salud’.
Sí, llevo más de 20 años colaborando en HERALDO y en estos años de jubilación he acumulado muchas vivencias y saberes profesionales, que quería compartir; son consejillos, aspectos útiles para quienes no son profesionales de la medicina y quieran cuidarse mejor o reconocer ciertas situaciones para saber cómo actuar; los fui agrupando por temas y espero que el resultado sea útil para todo aquél que esté interesado.
Empezando por los propios médicos, ¿por qué no? Sobre todo para los que fuman…
(Ríe) Bueno, para todos, para todos. Hay dos pilares que el código deontológico nuestro recoge muy claramente en la relación entre paciente y médico: el entendimiento y la confianza mutuas. El médico tiene que ponerse en la piel del paciente, explicar bien las cosas y dar un trato adecuado. La confianza, eso sí, debe ser mutua y basarse en la verdad.
Mentimos mucho, los pacientes.
Bueno… en el libro cuento una anécdota de un paisano que sufría fuertes dolores de cabeza, no hallábamos la causa y lo mandamos a un especialista en Zaragoza. Cuando le preguntamos cómo había ido la cosa, nos dijo que al surgir el tema del dolor de cabeza le había dicho “no me duele nada”. Abrimos los ojos como platos y él dijo: “Hombre, que lo adivine él, que para eso ha estudiado”.
Le salió al hombre el aragonés retador, con una deriva somarda.
Bueno, la fórmula para que esa relación personal entre médico y paciente sea buena es la tantas veces mentada empatía, ponerse en el lugar del otro. Obviamente, hoy en día tenemos posibilidades de ser mucho más precisos gracias a los avances de la ciencia y la tecnología, los diagnósticos ya no se apoyan tanto en la autoridad del profesional, aunque a la medicina le quedan muchas conquistas pendientes.
Aparte de todos los apartes, y dejando fuera de la ecuación estos dos últimos años, ¿tenemos que cambiar nuestra forma de vivir?
Tenemos mejor salud gracias a los recursos, pero también vivimos apresurados, siempre corriendo, y sedentariamente por otra parte, con malos hábitos alimenticios, tabaco... por ejemplo, los problemas circulatorios son la primera causa de mortalidad en varones y la segunda en féminas en España, pero según un estudio de la doctora Flores Mateo que leí recientemente, el cambio de hábitos vitales previene en un 50% la mortalidad por infarto de miocardio, la misma proporción otorgada a los mejores recursos clínicos y farmacológicos.
¿Se cuida usted?
Me gusta andar, y tengo mis medicinas del alma, como admirar las joyas del románico en las Cinco Villas o leer a Azorín y Machado: soy muy aficionado a la Generación del 98. Y está mi familia, que es lo primero.
Fuente: Heraldo de Aragón