“Concienciar a los adolescentes para que mantengan un cerebro sano debería ser prioritario y, sin embargo, vemos mucha pasividad ante la obesidad, el tabaco o el alcohol a esa edad”
Las Neurociencias son el conjunto de áreas de conocimiento que estudian el cerebro y su funcionamiento. Ahí entran disciplinas que van desde la genética y la bioquímica a la biocomputación, pasando por la biología, la psicología, la neurología o la psiquiatría. Cuando se eligió ese nombre para el grupo de investigación del IIS Aragón se quiso explicitar que nos interesaban las colaboraciones con otras disciplinas, médicas y no médicas, como puede ser la ingeniería, la psicología o la veterinaria.
Somos un grupo de médicos, la gran mayoría neurólogos del Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza. Trabajamos como neurólogos clínicos, es decir, atendiendo directamente a los pacientes, pero creemos que también es importante hacer investigación aplicada, esto es, la que se plantea preguntas relacionadas con las enfermedades que atendemos y cómo afectan a las personas. La mayoría de esas preguntas tiene que ver con la frecuencia (epidemiología) o con las alternativas para el mejor tratamiento, evolución o prevención. Llevamos trabajando como grupo desde el 2014, hasta el 2020 bajo la dirección del Dr. José Ramón Ara. Ahora estamos centrados en investigación clínica sobre el ictus, la enfermedad de Parkinson y la esclerosis múltiple.
El cerebro es un órgano maravilloso. Nos hace ser como somos, reconocernos a nosotros mismos y representarnos el mundo en el que vivimos, relacionarnos, aprender y crear nuevas ideas. Esa es la clave del éxito evolutivo del ser humano. Sin embargo, posiblemente por su complejidad, ha sido muy poco entendido en clave científica hasta hace poco. El estudio de la evolución humana nos da el marco para entender cómo hemos llegado hasta aquí. Aunque falta mucho, ahora empezamos a entender un poco cómo funcionamos. Eso nos abre la posibilidad de desarrollar mejor su potencial o, al menos, evitar las cosas que lo dañan. Es fácil ver las implicaciones que eso tiene en campos como la salud o la educación.
El cerebro humano se puede modelar fácilmente. Cada vez que aprendemos una habilidad o adquirimos un recuerdo, ha habido un pequeño cambio en nuestras redes neuronales. Pero a lo largo de nuestra vida hay unos periodos críticos durante los cuales los cambios (el aprendizaje) son más sencillos y necesarios, para seguir creciendo de una forma armónica. Cada edad es óptima para aprender ciertas cosas, y el mejor ejemplo es el aprendizaje de un idioma. Nos construimos como un muro de piedra, una pieza sobre otra, y tener una buena base es muy importante. Rectificar un cerebro maduro es casi tan difícil como rectificar un árbol torcido. Conocer cómo y qué podemos aprender mejor en cada periodo de nuestra vida es muy importante.
Las enfermedades de nuestro cerebro pueden ser abordadas de dos formas complementarias: las que afectan a su estructura (enfermedades físicas) y las que afectan a su contenido o funcionamiento. Ese ha sido el planteamiento clásico que ha hecho que existan dos especialidades médicas centradas en él, como son la Neurología y la Psiquiatría. Por eso se habla de enfermedades neurológicas (cerebrales) y enfermedades mentales. Esa distinción es cada vez más borrosa y somos conscientes de que solo un abordaje complementario desde ambas visiones tiene sentido. Los problemas de salud más importantes, por su impacto en carga de enfermedad para el individuo y la sociedad, son la depresión, la demencia, la esquizofrenia, el ictus, la enfermedad de Parkinson, la esclerosis múltiple o la epilepsia. Todas ellas son muy frecuentes y de alto impacto social. El cáncer, las enfermedades vasculares, incluido el ictus, y la demencia son los grandes retos de salud en una sociedad como la nuestra.
Nuestro papel como médicos, incluso como ciudadanos y agentes sociales, no puede ser dedicar todos los esfuerzos y dinero a tratar a las personas que ya tienen un problema con su cerebro. Tratar al ya enfermo es mucho menos eficaz, más doloroso y mucho más caro que prevenir la enfermedad. Periódicamente, desde hace algunos años, se vienen publicando recomendaciones basadas en los estudios más recientes para enfermedades neurológicas tan importantes como la demencia y los ictus que han demostrado tener un impacto en la salud. Por ejemplo, en unas recomendaciones de la American Stroke Association, coordinadas por Gorelick, se demuestra convincentemente que los mismos factores de riesgo que causan los problemas vasculares cerebrales son también los principales contribuyentes al deterioro cognitivo y la enfermedad de Alzheimer. Así, lo prioritario sería evitar la obesidad y el sedentarismo desde la infancia y la adolescencia; evitar las drogas, incluidos el tabaco y el alcohol, en la juventud; controlar la tensión arterial y el consumo excesivo de azúcares y grasas industriales, en las edades medias (50 años); y llevar una vida activa cognitiva, física y socialmente, a cualquier edad. Asimismo, es muy importante mejorar la calidad y la cantidad de sueño, ya que la mala calidad del sueño se relaciona con enfermedades neurodegenerativas y es un factor de riesgo vascular, y la sociedad aún no le da la importancia que tiene, además de que durante el sueño se consolida el aprendizaje. Siguiendo estos consejos, se reducirían los ictus y la demencia y, sobre todo, ocurrirían más tarde. Nos parece muy grave que un 30% de los ictus ocurran en menores de 65 años.
Nuestro cerebro es para toda la vida. En cada edad deberíamos centrarnos más en unos aspectos u otros. No podemos decirle a un joven de 20 años que debe controlarse la tensión arterial, porque eso pesa a partir de los 40 años, pero es el momento de evitar el alcohol y el tabaco, de llevar una vida activa y de integrar el deporte y la dieta sana en su vida. De igual forma, el reto para los de 50 años es controlar su tensión arterial y su colesterol; para los de 70 años, puede ser mantenerse socialmente activo, corregir los problemas de visión o sordera, mantener rutinas de vida activa… Los adolescentes deberían ser un grupo prioritario en el que actuar: están a tiempo de todo y, sin embargo, vemos mucha pasividad ante la obesidad, el tabaco o el alcohol a esa edad.
En primer lugar, una sorpresa, pues no esperábamos la nominación. Seguro que hay grupos de investigación de mayor nivel que el nuestro, pero no por eso estamos menos agradecidos a los que nos propusieron y nos han votado. Para nosotros significa que muchas personas ven con interés y simpatía al grupo y eso solo puede animarnos a continuar. Quiero creer que una parte de esos votos procedía de pacientes y familiares que valora lo que nos esforzamos cada día. Otra parte vino, seguro, de muchos sanitarios, médicos y enfermeras que se identifican con nosotros, pues más del 80% de la investigación sobre salud en Aragón lo hacemos profesionales que no somos investigadores profesionales, sino asistenciales.