Fuente: Público.es , LAURA G. DE RIVERA @LAURAGDERIVERA
Meditar aumenta las conexiones entre neuronas y, sobre todo, entre distintas regiones del cerebro. Desarrolla la red neuronal por defecto, esa que nos permite refugiarnos del estrés y ser creativos. Además, varios estudios sugieren que alarga la vida.
El cerebro no es un órgano estático como la calavera de Hamlet. Más bien, bulle de actividad y cambios durante las 24 horas del día. En eso consiste, precisamente, su plasticidad, o la capacidad que tienen las neuronas para recablearse y crear conexiones nuevas.
«Están constantemente conectándose entre sí. Lo hacen creando prolongaciones, que se llaman axones, para ir enlazando. Cuando encuentran otra neurona, hacen una conexión temporal y prueban su utilidad. Si resulta útil, se mantendrá en el tiempo», explica David Bueno, neurobiólogo y genetista en la Universidad de Barcelona.
La clave de un cerebro sano y vibrante está en esa plasticidad, que es enemiga del estrés y, curiosamente, no se potencia haciendo, sino todo lo contrario. «Cuando estamos ensimismados o en reposo consciente, es cuando hay más neuronas activas, porque el cerebro no se ve forzado a hacer nada concreto y aprovecha para regenerarse, reciclarse e ir consolidando lo que hemos aprendido. Por eso, tenemos las grandes ideas, a veces, cuando no hacemos nada, cuando estamos descansando», apunta Bueno.
Crece la corteza cerebral
En este sentido, la meditación, con todas sus técnicas y modalidades, ha demostrado ser una útil herramienta para lograr ese remanso de calma en que nuestras neuronas puedan tomarse un respiro para organizarse. Tanto es así que, en las últimas dos décadas, varios estudios científicos se han volcado en comprender cuáles son los mecanismos por los que actúa y qué efectos físicos produce en el cerebro.
Sabemos, por ejemplo, que aumenta el grosor de la corteza cerebral en la zona de la red neuronal por defecto, tal y como apunta un estudio reciente publicado en Scientific Reports, realizado con 14 estudiantes universitarios, que se entrenaron en técnicas de mindfulness durante 40 días.
En la misma línea, otra investigación, concluía el año pasado que, tras un par de meses de practicar meditación durante diez minutos, cinco veces a la semana, cambiaban para mejor los patrones cerebrales de los participantes. En concreto, potenciaba la conectividad entre los dos estados de conciencia del cerebro: la red neuronal por defecto –activa cuando no estamos haciendo nada especial ni estamos centrados en el mundo exterior– y la red dorsal de atención –activa cuando tenemos la atención puesta a nuestro alrededor–.
«A los estudiantes les resultaba más fácil pasar de un estado a otro, de soñar despiertos a concentrarse en algo. También mejoraba su capacidad de mantener la atención cuando se lo proponían», apuntan los autores.
Antídoto para alargar la vida
Sabemos, también, que meditar disminuye la secreción de cortisol, hormona del estrés implicada en respuestas inflamatorias y, cuando se cronifica, culpable de un peor rendimiento en las funciones ejecutivas del cerebro. Es una de las conclusiones de otro trabajo, esta vez del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y del Cerebro en Leipzig (Alemania), que comprobó que, después de meditar durante tres meses, 30 minutos, seis días a la semana, los niveles de cortisol de los participantes cayeron un 51%.
Más impresionante, quizá, es que alarga nuestros telómeros, esos extremos de los cromosomas, cuya longitud está relacionada con el tiempo y calidad que nos queda de vida.
La primera en estudiarlo fue Elizabeth Blackburn, bioquímica que ganó el premio Nobel en 2009 por sus estudios sobre la telomerasa, la enzima que forma los telómeros y tiene la capacidad de revertir el acortamiento de los telómeros.
Tras descubrir que el estrés crónico podía disminuir la producción de esta enzima –y, por tanto, acortarnos los telómeros y, con ellos, la vida–, Blackburn se propuso analizar si había alguna forma de revertir estos efectos. Y dio con la meditación. En uno de sus experimentos pioneros, el nivel de telomerasa de los participantes había aumentado un 30% después de realizar un retiro budista de tres meses.
Ensimismarse es desestresante
Otras investigaciones se han centrado en analizar cómo esos cambios estructurales en nuestra máquina de pensar ayudan a tratar enfermedades como la depresión, la ansiedad, el síndrome de colon irritable, la fibromialgia, la psoriasis o el síndrome de estrés postraumático.
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