El investigador de la Agencia Aragonesa para la Investigación y el Desarrollo (ARAID) y responsable del grupo de Oncología Molecular del Instituto de Investigación Sanitaria Aragón comenzó su idilio con la ciencia cuando todavía era un niño y jugaba en el Paseo de la Constitución, junto a la calle León XIII de Zaragoza. De aquellos años, recuerda con emoción la figura de su abuelo y los globos verdes de las mesas de la Asociación Española Contra el Cáncer, donde decidió dedicarse a la ciencia para “ayudar en esto”. Alberto era sólo un crío cuando pasaba las tardes junto a sus hermanos haciendo “experimentos”: desde fabricar ballestas hasta desmontar coches eléctricos, la investigación estaba en sus genes.
“Cuando no había internet mi ventana a la ciencia era el suplemento de ciencia del Heraldo de Aragón. Ahí aprendí lo que era un ratón transgénico”. Una vez más, sus raíces están presentes en su relato. De las páginas del Heraldo a realizar una tesis doctoral bajo la dirección de Mariano Barbacid y Carmen Guerra en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), donde desarrolló y caracterizó modelos animales para el estudio de los genes RAS en el cáncer y enfermedades raras. Además, realizó una estancia posdoctoral (2009-2013) en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York. En 2013 volvió al CNIO, al laboratorio de Tumores Cerebrales liderado por Massimo Squatrito.
La vuelta a casa en 2017 fue abrumadora, me hicieron ‘Hijo Predilecto de Zaragoza’. No siento que lo merezca, es un honor a crédito que tengo que ganármelo”, asegura el científico quien comenzó a trabajar para el Instituto de Investigación Sanitaria Aragón. Y en ello está, devolviendo con creces dicho crédito, al desarrollar nuevas herramientas no invasivas para el diagnóstico del glioblastoma, el tumor cerebral más maligno. Este proyecto le valió a Alberto J. Schuhmacher una beca Leonardo concedida por la Fundación BBVA para la investigación de esta novedosa técnica.
“Hacemos contrastes que se pegan al tumor cuando tienen determinadas características, y esto complementa a las biopsias”, explica Alberto intentando sintetizar lo máximo posible una compleja técnica. “Esos contrastes se basan en anticuerpos, y un anticuerpo es una proteína que se adhiere a una diana del tumor. Están modificados para poder detectarlos con un escáner PET (Tomografía de Emisión de Positrones) y obtener información”, sentencia el científico.Esta técnica podría complementar a la biopsia tradicional, que consiste en obtener una muestra del tumor y analizarla. En este caso, estaríamos ante una técnica invasiva, puesto que requiere de cirugía. A su vez, la biopsia debe enfrentarse a dos retos: la posibilidad de intervención (no es posible en todos los casos) y lo que se denomina heterogeneidad tumoral, no hay que entender el tumor como una masa homogénea de células. “Siempre lo digo, es como si viene un extraterrestre y visita Cádiz o Vigo, la impresión que se llevará de España podrá variar. Las células del tumor, según cuáles cojas, tendrán unas características u otras”, ilustra Alberto.
La investigación ha aflorado nuevos resultados: esta técnica ha obtenido una buena respuesta en el diagnóstico de cáncer de páncreas. Uno de los retos a los que se ha enfrentado Alberto a la hora de aplicar la técnica en tumores cerebrales son unas membranas que protegen al cerebro y que actúan como una barrera o filtro de moléculas. En el caso del páncreas esas membranas no están presentes. Además, el contraste ha bloqueado las células tumorales y ha provocado una mejor respuesta en los tratamientos con quimioterapia en ratones. “Esto es una semilla donde ha ido creciendo un árbol y se van abriendo ramas. Empezamos en el cerebro, pero mira si terminamos en cáncer de páncreas… no descuidaremos otras cosas. Vamos a comprobar en qué tumor es más útil aplicarlo, pero entendemos que en aquellos donde resulte más difícil obtener una biopsia puede tener más sentido”.
Fuente: BBVA