No hay salud sin salud mental.
La salud es integral; no somos una parte mental y otra parte física y, de hecho, los problemas mentales se manifiestan también con dolores físicos: en el pecho, digestivos, musculares, trastornos del sueño... Imaginamos la salud mental como algo más abstracto y es algo muy físico. Es un estado de bienestar que nos hace ser conscientes de las capacidades que tenemos. Con una buena salud mental tenemos una buena relación con nosotros mismos y con los demás que nos enriquece.
Sin embargo, no vemos igual ir al traumatólogo si nos hemos torcido un tobillo que acudir a un psicólogo o a un psiquiatra.
El ideario colectivo perpetúa estereotipos, pero hay que afrontar que la enfermedad mental es como cualquier otra y que, además, tiene soluciones, que pasan por una atención integral, no solo psicológica sino también en relación con el entorno, con una comprensión por parte de los demás de los problemas emocionales y físicos que ayude a estas personas a recolocar su proyecto de vida.
¿Es un estigma la salud mental? ¿Socialmente se descarta muchas veces a personas con estos problemas por puro prejuicio?
Solo se pueden romper esos prejuicios con información, dando visibilidad a estas personas y hablando de ello con naturalidad. No deberíamos verlo como algo ajeno porque podemos ser cualquiera; todos somos vulnerables a tener un problema de salud mental.
La Asociación Aragonesa Pro Salud Mental (ASAPME) que usted gestiona trabaja para cambiar la percepción que tiene la sociedad sobre la salud mental. Personalmente, ¿cómo ha ido cambiando su propia percepción?
El mío ha sido un proceso de aprendizaje y humildad. Cuando llegué hace 15 años, tendía a plantear actividades de cuidado y me di cuenta, viendo sus competencias y habilidades, que había que plantear un modelo de autonomía personal. En la junta directiva solo había familiares y, ahora, es un orgullo tener una presidenta que vive con una esquizofrenia y otras personas con esta enfermedad también en la junta. Son competentes, luchadores, capaces de ser líderes de nuestra organización.
Ahora, alertan de una pandemia de salud mental.
Efectivamente. Personas con problemas previos de esquizofrenia, depresión, trastorno bipolar... han podido incrementar su sintomatología, pero la incertidumbre, el miedo al contagio, a la pérdida y a las consecuencias económicas han repercutido en toda la población. Todos somos vulnerables. Incluso quienes ya estaban en tratamiento pudieron aplicar técnicas de gestión emocional, establecieron rutinas y pautas que les ayudaron a mitigar el impacto del confinamiento. Por eso es tan esencial disponer de recursos en salud mental y trabajar en la prevención.
¿Algún consejo para sobrellevar todo esto con el menor coste en nuestro bienestar emocional?
Mi lema es el realismo optimista. Ser muy conscientes de lo que nos rodea, pero marcar una distancia con los problemas para afrontar la realidad sin abatimiento. Y buscar ayuda cuando es preciso, que también puede ser una voz amiga que, más que darnos consejo, nos escuche y se ponga en nuestro lugar.
¿Cuál fue el día más duro?
Lo tengo muy claro: el viernes que, con la declaración inminente del estado de alarma, tuvimos que cerrar el centro de día. Sus miradas, su ansiedad al decirles que no podían volver al día siguiente. Pero nos reorganizamos a toda máquina para adaptarnos y dar respuesta, con creatividad y tecnología, a las 1.200 personas que atendemos.
He leído que se considera una activista de la discapacidad.
Desde muy joven he sido voluntaria y, después, tuve la gran suerte de enamorarme de una persona con discapacidad, Eduardo, que me dejó un gran legado: un proyecto de vida de lucha activa por que valoremos a las personas por sus capacidades y no por sus diferencias. Es lo que le he inculcado a mi hija.