Cuando parecía que volvían las rutinas, se iban normalizando las relaciones sociales, y el café de las mañanas en el bar de confianza volvía a ocupar su papel protagonista de lunes a viernes… llegó el repunte de casos de coronavirus que nadie quería. Y, de alguna manera, volvemos a la casilla de salida. Una coyuntura difícil de encajar para no pocos. “Hay una importante diferencia entre la primera ola, la situación a la que nos tuvimos que enfrentar entre marzo y junio, y la segunda. Entonces, cuando la pandemia nos pilló de sopetón, generó miedo e incertidumbre y, aunque para muchas personas el cambio de hábitos o las severas restricciones les causó un gran impacto, la mayoría supo adaptarse y verlo como un receso temporal, una pausa. Pero la situación actual, en la que las noticias no son halagüeñas y tenemos que adaptarnos a nuevas restricciones, la gente ya no lo ve solo como algo momentáneo, sino a largo plazo. Nuestros hábitos van a cambiar, no sabemos hasta cuándo y no todos lo aceptamos de la misma forma”, valora Claudia García, psicóloga de la Asociación de Trastornos Depresivos de Aragón (AFDA).
El desgaste de los últimos meses, cuenta la profesional, ha derivado en un bajo estado de ánimo generalizado: “El contexto actual es de apatía y tristeza. El planteamiento a futuro no es alentador. Por ejemplo, en septiembre, el mes en que habitualmente la gente se organiza el curso y el año, hemos visto más dejadez con todo tipo de actividades. Muchos se preguntan: ‘¿Por qué voy a apuntarme a algo si nos van a confinar?’ o desecha la idea de seguir en una actividad porque la tenía como herramienta de socialización y ésta pasa a ser online, por lo que se pierde el contacto con otras personas”.
Este entorno tan poco propicio es el caldo de cultivo de algunos cuadros mucho menos habituales que la depresión o la ansiedad. “Observamos que se están dando sintomatologías, quizá inesperadas hace solo unos meses, como son la agorafobia y los trastornos obsesivos compulsivos. La primera la están sufriendo aquellos que pasaron un confinamiento estricto con miedo a contagiarse y que en verano siguieron en esa línea. Son sobre todo personas adultas, mayores de 40 años. Por otro lado, los trastornos están relacionados con la limpieza, con una necesidad excesiva por mantener todas las superficies limpias”.
El estado de ánimo también está salpicado, en algunos casos, por cierta “rabia” ante los mensajes contradictorios de las autoridades. “Esa incertidumbre genera una frustración que hay que saber administrar”, apunta García, quien revela que “algunos problemas latentes, como los relacionados con la ansiedad, están despertando, cuando antes podía ser más sencillo, aunque no por ello recomendable, mantenerlos apartados”.