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8 noviembre, 2021Un trastorno alimenticio tan común como desconocido reúne cada semana a decenas de personas en Zaragoza para superar su adicción a la ingesta descontrolada de comida.
Un día me di cuenta de que asaltaba, literalmente, los armarios de mi casa buscando comida a cualquier hora. Necesitaba tapar mi boca como fuera, silenciar ese sentimiento constante de que comer me generaba placer. Cuando comía no sentía, no pensaba. Es una adicción más”. Este es solo el estremecedor comienzo del testimonio de Marisol -nombre ficticio-, una comedora compulsiva que reconoce haber ingerido alimentos “hasta 40 veces al día”.
No es un caso aislado. La de Marisol es tan solo una de las historias que las paredes de la Asociación de Comedores Compulsivos Anónimos de Zaragoza han escuchado desde que se creó en 1988. La suya comenzó cuando se rompió su matrimonio. “Siempre había comido bien. Nunca antes había tenido una mala relación con la alimentación. ‘Buena comedora’ me decían cuando era niña. Pero los problemas personales, sin ser consciente, me generaron una ansiedad que no era capaz de calmar más que con la comida. Iba de atracón en atracón, al principio espaciado en el tiempo, después continuados”, cuenta Marisol. “Llegó un momento en el que me daba igual comer un yogur, cualquier alimento calórico, comida basura, grasas… todo valía. Era totalmente irracional”, confiesa.
Un protocolo de actuación y seguimiento “similar al de alcohólicos anónimos” y “mucho trabajo personal y constante” fueron las claves para que Marisol saliera del túnel. “No dejas de ser comedora compulsiva de la noche a la mañana, pero aprendes a convivir con ello y a controlar la situación”, dice Marisol, quien asegura que otra de las cuestiones esenciales para ella han sido las reuniones que cada semana se celebran en la entidad. “Escuchas otras historias, te sientes comprendida”, dice Marisol.
Historias como la de un usuario de la asociación que, en un momento de ansiedad, “llegó a coger comida ya desechada de la basura, otro que comió hasta alimentos sin descongelar, o incluso hay quien reconoció haber entrado en un supermercado, comprar una lata de legumbre y comérsela fría en el coche con la ayuda de una tarjeta de crédito a modo de cubierto”.
El temido momento de hacer la compra
Estos testimonios son solo algunos de los que Julia -nombre ficticio- ha podido escuchar desde que en 2003 entrara a formar parte de Comedores Compulsivos Anónimos. Achaca el comienzo de su adicción a “la carga” que, en un momento determinado de su vida, le supuso “trabajar, tener hijos en edad escolar, las tareas de la casa…”. “Sentía que no tenía tiempo para mí y lo único que me satisfacía era comer. Empiezas poco a poco. Un atracón al día, dos, tres… hasta que llega un momento en el que te das cuenta de que el primer bocado destapa la caja de Pandora. Entonces ya es un no parar”, asegura Julia.
Ella estuvo más tiempo que Marisol, “unos cinco años”, comiendo compulsivamente. “Fui a psicólogos, hice acupuntura y miles de dietas. Solo piensas que te has engordado, te culpas constantemente por todo. Pero la comida te impide, en todo momento, concentrarte y salir de esa rueda. Si lograba adelgazar con algún régimen, eso también me servía de excusa para luego volver a comer y coger los kilos que había perdido y unos cuantos más”, comenta la afectada.
Madre de familia, Julia temía el momento de hacer la compra. Explica que se trata de una ingesta “que practicas a escondidas” y que sus hijos y su marido no eran conscientes de la importancia de su adicción, por lo que era ella quien asumía esa tarea doméstica. “Bajar al supermercado era una auténtica trampa. Llenaba los carros hasta arriba, sin ningún sentido. He llegado a gastar todo el dinero que tenía en comida”, recuerda Julia, quien, resignada cuenta que ahora es su hija quien repite patrones. “Esto es una pesadilla. Nos ha llegado un gasto de 6.000 euros que reconoce haber invertido solo en alimentación”. “Así que nos toca ahora ayudarle a ella”, dice, suspirando y casi con lágrimas en los ojos.
Estos son solo tres de los “cientos de casos”, apuntan si querer dar cifras exactas desde Comedores Compulsivos de Zaragoza, que han pasado por la entidad. “El anonimato es fundamental para nosotros. En muchas ocasiones, ni las familias de los afectados conocen sus adicciones”, apunta Julia. “Nuestra labor es ayudar a quien lo está pasando mal con la comida, por eso consideramos importante que se sepa que aquí estamos -https://www.comedorescompulsivos.es/-. Como de todas las adicciones, también de esta se puede salir”, concluye Julia.