Molly se ha convertido en un bebé de récord. La noticia saltó la semana pasada, cuando se conoció que esta niña nacida en Knoxville (Tennessee, Estados Unidos) procedía de un embrión congelado en 1992. Más de 27 años después, dio lugar a un nacimiento que batió el récord de su hermana mayor, Emma, alumbrada dos años antes. En Aragón y España legalmente no es posible que se dé un caso así, aunque técnicamente es perfectamente posible.
El embriólogo zaragozano Antonio Urriés preside la Asociación para el Estudio de la Biología de la Reproducción (Asebir), y ve “anecdótico” el caso norteamericano. A su juicio, es un caso “raro” porque “normalmente se hace uso de los embriones mucho antes”. Eso sí, lo considera “interesante” porque entonces la técnica “no era como ahora”. “Los que estamos congelando en la actualidad dentro de 27 años estarán perfectamente, estarán igual que ahora”, asegura.
Aunque con una legislación completamente diferente a la estadounidense, en España también se practica esta técnica. Se hacen donaciones de embriones y todos los años nacen niños, siembre con parejas que han tenido problemas de fertilidad. En el año 2018, último con los datos completos, en España hubo 2.261 mujeres que recurrieron a la donación de embriones para ser madres, de las cuales tuvieron descendencia 902. Para realizar esos ciclos se descongelaron 4.174 embriones. No hay datos de Aragón, pero solo en la Clínica Quirón, donde Urriés es director de Reproducción Asistida, se emprenden unos 200 procesos de este tipo al año.
Sin embargo, la cifra de embriones congelados es muy superior. A 31 de diciembre de 2018 en España había almacenados 595.421, 50.000 más que el año anterior, y la cifra no deja de aumentar. Es tal el ritmo de crecimiento que empieza a ser un problema. A juicio de Urriés, “llegará un momento en el que no tengamos ni espacio para almacenarnos”. “No tiene sentido acumular embriones si no se les va a dar ningún uso”, señala.
En un ciclo de reproducción asistida se obtienen una media de 6-8 óvulos, que dan lugar a 5-6 embriones. A la madre se le transfieren uno o dos, y el resto se congelan. La legislación contempla cuatro posibles destinos: el uso en la propia pareja, la donación con fines reproductivos, la donación para investigación o la destrucción, en caso que se demuestre que la mujer no reúne los requisitos para el tratamiento.
“Lo más normal es que cuando la pareja decide que no quiere usar sus embriones los done con fines de investigación”, señala este biólogo zaragozano. En torno a un 80% eligen este destino. Sin embargo, la labor investigadora apenas emplea estos recursos porque apenas hay proyectos abiertos. Una pequeña parte sí se dona con fines reproductivos, y solo un 5% se destruye.
La donación para parejas con problemas de fertilidad no es demasiado frecuente, especialmente si el embrión procede si se ha creado con un óvulo propio, es decir, no procedente de una donación. “Las parejas son reacias porque les da la sensación de que van a tener hijos por ahí criados por otros padres”, afirma el presidente de Asebir.
Aún así, hay embriones suficientes para las parejas que deciden recurrir a esta técnica para tener un hijo. Generalmente, son casos en los que tienen problemas de fertilidad tanto ella como él. En estos situaciones, apunta Urriés, se trata de elegir “embriones con las máximas compatibilidades físicas” en cuanto a la raza, el grupo sanguíneo e incluso características genotípicas como el color de los ojos o del pelo. Generalmente se encuentran, sobre todo en el caso de la raza caucásica. Eso sí, a diferencia de Estados Unidos, “la donación siempre es secreta”, por lo que en ningún caso se puede conocer la identidad de los donantes.