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La Sanidad ha tenido que volcarse en esta pandemia del coronavirus en combatir la elevada mortalidad y las secuelas físicas generadas por el coronavirus, aún no del todo estudiadas, pero el aspecto de la salud mental ha quedado, como en otras tantas ocasiones, fuera de foco. Las consecuencias del encierro y la inquietud generada por la enfermedad están dejando también su huella psicológica, según coinciden los terapeutas. Lo que aún faltan son estudios en profundidad que lo corroboren, pero algunos en el extranjero ya lo confirman, y los pocos puestos en marcha en España, también.
Este aumento en la depresión y ansiedad deriva de varios frentes, como la sobreexposición a la información sobre la pandemia, que genera una sensación de miedo exacerbado, tanto por uno mismo como por su familia. Pero también en gran medida de la situación económica que está generando la pandemia, con el miedo a perder el trabajo y el sustento. Esta inestabilidad se está manifestando en un incremento de los problemas para conciliar el sueño, cansancio y falta de energía, muchos de ellos vinculados a la inestabilidad social y económica.
Ni el Salud ni las entidades privadas consultadas tienen datos del aumento de estas consultas, aunque lo han constatado. Para el doctor Carmelo Pelegrín, jefe de Psiquiatría del Hospital San Jorge y de Salud Mental del sector de Huesca, ha habido un crecimiento «significativo» pero menos de lo esperado de consultas en este servicio, lo que podría explicarse por la «angustia colectiva» del virus, que hace «minimizar» los problemas psicológicos y psíquicos, y el temor a acudir a un centro médico por el contagio.
Pero hay indicios de que podrían aumentar progresivamente con la nueva normalidad. Manuel Martínez, psicólogo infantojuvenil en la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental (Asapme), explicaba que en la asociación sí han tenido un aumento de llamadas de gente interesándose por el tratamiento, pero el propio miedo al contagio les ha retraído a la hora de iniciarlo, por lo que es posible que lo retrasen.
El doctor Pelegrín explica que, por lo que le exponen compañeras psicólogas «muy implicadas en el tema», la población general está adoptando dos actitudes bien distintas ante el problema. La que sería normal, «hay que adaptarse como sea», y la denominada indefensión aprendida, «la sensación de que haga lo que haga las cosas van a ir mal y tengo escasa influencia sobre el virus». A esto se añade cierta sensación de abandono del sistema sanitario en pacientes que sufren otras enfermedades, al haberse tenido que centrar los recursos en el coronavirus.
También, señala Lola Sobrino, psicóloga de Asapme, se ha agravado un síndrome que no es nuevo, pero sí ha tenido un tremendo caldo de cultivo con el confinamiento. Se trata del síndrome de la cabaña, por el que el cerebro se habitúa a estar en casa y hay «una resistencia a normalizar la vida». Esta es a menudo inconsciente, el afectado no se da cuenta de por qué le cuesta o se siente peor al abandonar el hogar.
Todo esto está ocurriendo sin necesidad de haber sido directamente afectado por la enfermedad, pero para quienes la han sufrido, directa o indirectamente, también está habiendo consecuencias. En los que la han superado, sobre todo en los que han pasado por la uci, se están desarrollando síntomas de estrés postraumático, explica el doctor Pelegrín, caracterizado por recuerdos recurrentes y una elevación de la actividad fisiológica que se traduce en ansiedad, déficit de atención o pesadillas.