La pandemia ha cambiado la vida de todos, ha alterado las rutinas diarias, se han incrementado las presiones económicas y crecido el aislamiento social. «Todos hemos estado preocupados por enfermar» y si en la población en general han aumentado los síntomas, «si los trasladamos a personas con Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), se han multiplicado la «tristeza, soledad, estrés y ansiedad», según reconoce Luis Lorén, doctor en Medicina, especialista en Psiquiatría y responsable de Hospitalización y Hospital de Día de la Unidad de TCA del hospital Nuestra Señora de Gracia, dedicado a pacientes de más de 18 años (a los menores de edad se les trata en el hospital Clínico).
En los seis primeros meses de este año han crecido un 50% las derivaciones a la unidad de personas muy jóvenes, «aunque parece que ahora ya se está estabilizando». De hecho, están registrados unos 250 casos. Si antes de la pandemia había unos «diez nuevos casos al mes y durante la pandemia, 25». El confinamiento fueron 99 días y las personas con trastornos alimentarios «estaban, como todos, encerrados, necesitaban hacer deporte y como no podían aumentaron las restricciones de comida para evitar el aumento de peso», señala Lorén, quien añade que a eso se unió el estrés porque la mayoría son jóvenes, tenían que convivir con su familia y no podían esconder lo que les estaba pasando.
En este tiempo también ha crecido la adicción al redes sociales porque solo «nos podíamos relacionar a través de ellas»; y ahí aparecían muchos consejeros sobre dietas, el culto al cuerpo, «charlatanes muchos de ellos», que han hecho «mucho daño a los que tienen trastornos».
Mensajes dañinos
Desde la asociación Arbada (Asociación de familiares de enfermos de la conducta alimentaria) critican también ese mensaje que se dio en confinamiento: «Haz deporte, cuídate, controla tu alimentación... cuerpo, cuerpo, cuerpo. Ha sido catastrófico», señala su presidenta, Edurne Larrarte; quien añade ahora la asistencia a las piscinas y el «muéstrate».
En la asociación también han notado el crecimiento de casos, por lo que Larrarte califica la situación durante la pandemia de «tremenda» porque incluso han tenido lista de espera, algo que no había sucedido «jamás» en sus 24 años de historia, cuenta. En mayo la lista de espera era de tres semanas y las unidades de los hospitales estaban «abarrotadas». En el Clínico había unas 24 personas en atención de urgencia, explica, y esa saturación también sucede en el Provincial, donde «llevan con el mismo personal en las unidades desde el año 2000».
Durante la crisis del coronavirus han recibido a alrededor de 212 familias más, con un incremento de 18 llamadas semanales, han duplicado los grupos de autoayuda y si hacían una charla de orientación familiar al año, en pandemia han sido cuatro.
El abordaje de los trastornos, tanto de la anorexia como de la bulimia es «multidisciplinario», explica el doctor Lorén, porque hay que tratar «lo médico, lo psicológico y lo social». Tienen que estar implicados médicos, endocrinos, profesionales de la salud mental, psiquiatras, dietistas, personal de enfermería y auxiliares de enfermería. Y es que la desnutrición afecta también al cerebro, cambia las emociones, afecta al aparato cardiaco, al digestivo, potencia la osteoporosis. «Hay chicas de 30 años, cuyos huesos parece que tengan 90».
El especialista reconoce que no somos suficientemente conscientes de cómo «la cultura occidental resalta la delgadez». Está mal visto estar gordo y si a eso se le unen «rasgos de personalidad obsesiva» es más fácil desarrollar la enfermedad».
Loren da un matiz positivo. «Hay solución», dice. Las estadísticas señalan que un 50% de los pacientes se curan; y del otro 50%, un 40% sufren fases de empeoramiento que se estabilizan con la edad y, es cierto, «el 10% mueren». Los enfermos «sufren muchísimo y no pueden aguantar ese sufrimiento», reconoce. Para el doctor, es una «distorsión» de la imagen corporal. «Yo a veces digo que ven alucinaciones» porque pese a su extrema delgadez, siguen viéndose gordas (la proporción es de 10 mujeres por cada hombre). Y resalta además que «en esa delgadez extrema no encuentran la felicidad porque siempre quieren más», hasta que hay que alimentarlas involuntariamente.
Desde Arbada (Coso, 157) llevan varios años dando charlas preventivas en centros educativos y también para familias, que «cada vez se dan cuenta antes de que hay un problema», factor clave para empezar a tratarlo.