“Siempre me han dicho que soy muy guapa. De tanto oírlo, tenía la belleza metida en la cabeza, tanto, que siempre pensaba en esos términos y calificaba a la gente en cuanto a si me parecía guapa o fea. Si creía que alguien era guapo, pensaba que le iría muy bien en la vida, tendría pareja, tendría éxito. Empecé a obsesionarme con mis piernas, las veía horrorosas, deformes. Me miraba constantemente en todos los espejos, me autolesioné porque no me gustaba mi cuerpo. Al final, tuve que pedir ayuda”.
María (nombre ficticio) tiene 20 años y ha pasado más de dos en terapia psicológica por un caso de dismorfia corporal, un trastorno obsesivo que provoca una preocupación fuera de lo normal por algún defecto, ya sea real o imaginario, percibido en las características físicas propias. En su caso, cuando su cuerpo se desarrolló, en torno a los 9 años, ella concluyó que sus piernas eran desproporcionadamente grandes y gruesas, y como además no creció demasiado en altura, el tamaño de sus extremidades inferiores todavía le obsesionaba más.
Pero los cánones de belleza no siempre dan para comer, aunque muchos adolescentes de hoy en día se guían por los programas de televisión en los que un grupo de jóvenes más o menos agraciados ganan dinero y triunfan sin hacer nada. “Y esa percepción, sumada a la constante dependencia de las redes sociales, les hace perder las referencias y que se comparen constantemente con lo que ven en internet”, explica Helga González Medina, psicóloga del Centro Pediátrico San Francisco, en Zaragoza. Ella ha trabajado codo con codo con María para que esta superara la ansiedad que le producía su físico, aumentara su autoestima y percibiera su cuerpo tal y como realmente es. “Abusaba tanto de los filtros de internet que un día, al ver una foto suya, le pregunté si se veía a sí misma o a un monigote”, recuerda la especialista. Y es que María tenía las percepciones tan alteradas que era incapaz de reconocerse.
Las causas del trastorno dismórfico corporal difieren de una persona a otra y los síntomas se desarrollan sobre todo en la adolescencia, que es cuando comienzan las críticas personales relacionadas con la imagen corporal. Y aunque lo pueden sufrir tanto hombres como mujeres, sí es cierto que ellas, al llegar los cambios hormonales tras dejar atrás la niñez, pueden dejar de aceptarse si ven que su cuerpo se agranda y desarrolla más de lo que les gustaría. “La sociedad pide unos estándares de belleza imposibles de cumplir”, avisa González Medina. Y es que, diariamente, estamos rodeados de mensajes publicitarios llenos de imágenes que expresan el deber de tener un cuerpo perfecto. Además, se asocia el triunfo en la vida, las habilidades sociales o la propia bondad de una persona a su grado de belleza, “y eso no siempre es así”. De hecho, cuando empezó el tratamiento, María comenzó a darse cuenta de que entre sus amigas, con las que se llevaba muy bien, había chicas guapas que no eran “buenas personas”.
De este trastorno todavía no se habla mucho, aunque, en opinión de la psicóloga, cada vez se van a ver más casos. “Se camuflan detrás de la baja autoestima, de los trastornos alimentarios, de los ataques de ansiedad o pánico, pero hay que saber distinguirlo para poder trabajar sobre él”, explica. Y las herramientas para dejarlo atrás pasan por aprender a controlar la ansiedad y la paciencia, por enfrentarse a un espejo y poco a poco comenzar a ser racional sobre la imagen que este devuelve, por trabajar los pensamientos distorsionados y las falsas creencias sobre uno mismo, o por dejar de obsesionarse con las redes sociales y los ‘likes’. Es, sí, un proceso largo, y muy duro.
María comenzó, guiada por Helga, a intentar mirarse menos en los espejos, a ponerse pantalones anchos o medias muy tupidas para reducir el riesgo de verse fea y autolesionarse, a dar paseos cuando pensaba que iba a entrar en pánico para así distraerse de sus obsesiones… Ahora se encuentra mejor y acepta su cuerpo, pero también es consciente de que tiene que estar alerta toda su vida para evitar que los malos pensamientos regresen a su mente.
En su caso, no necesitó ayuda psiquiátrica, aunque el tratamiento farmacológico puede ser perfectamente un coadyuvante a la psicoterapia. Un paciente con dismorfia puede ser tratado con antipsicóticos como los recetados para la esquizofrenia, porque también tiene un delirio perceptivo. Y si su trastorno le genera mucha ansiedad, también puede recibir antidepresivos que le ayuden a mantener estables los niveles de serotonina en la sangre. Eso sí, Isabel Martínez, enfermera de la unidad de trastornos de la conducta alimentaria del Hospital Provincial, recuerda que esta terapia tiene que seguirse por lo menos seis meses y no se debe abandonar sin vigilancia médica para evitar un riesgo de recaída. “Hay medicamentos que tardan entre dos y cuatro semanas en hacer efecto, y un paciente con mucha ansiedad, si ve que en un par de días no mejora, puede dejar de tomarlo, o duplicar la dosis, con las contraindicaciones que eso conlleva”, avisa.
Martínez indica que por las consultas de psiquiatría pasan muchos pacientes con problemas generados por la alta exposición a las redes sociales, como considera la psicóloga, pero también alerta de que los casos se han disparado con motivo de la pandemia. Y es que, con tantas videoconferencias, hemos estado más enfrentados de lo normal a nuestra imagen. "En términos generales, una persona no está constantemente mirando su imagen. Pero con tanta reunión a través 'Zoom' o 'Teams', mucha gente ha acabado por verse afectada y con una distorsión de su aspecto", relata la enfermera.
A estos pacientes les preocupa una parte específica de su cuerpo, que puede ser la cara, el pelo, la piel, los genitales, el tamaño de los senos (sobre todo las mujeres) o el tamaño o tono muscular (sobre todo los hombres). Hacen todo lo posible por ocultar los defectos percibidos y creen que otras personas les juzgan o se burlan de su apariencia, por lo que tienden a evitar situaciones sociales. "Nunca se ven bien, por lo que muchas veces recurren a la cirugía estética, una y otra vez. Pero el problema es más profundo, es emocional, y refleja una pérdida de control en otras áreas de su vida, lo que les lleva a obsesionarse con intentar controlar algo, en este caso su propio cuerpo".