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12 noviembre, 2020Evitar que nuestros hijos experimenten emociones desagradables como el miedo o el enfado no les beneficia, ya que la sobreprotección anula su crecimiento como personas y su autonomía.
Estamos acostumbrados a reprimir las emociones e, incluso, a negarlas; pero, poco a poco, esta tendencia va cambiando: lo constata el creciente interés que muestran las familias por fomentar la inteligencia emocional en sus hijos. No siempre sabemos cómo hacerlo, pero podemos seguir algunas indicaciones muy útiles.
Y, como las emociones son parte importante del desarrollo humano, es esencial tener claro que, durante los primeros años, los niños deben conocer, identificar y exteriorizar sus emociones para regular sus estados emocionales y que estos no afecten de manera negativa a su salud física y mental. Para aprender a manejarlas, es bueno empezar conociéndolas.
Podemos recurrir a cuentos, que nos ayuden a explicarlas, o aprovechar alguna situación vivida por el niño para definir, a través de nuestras preguntas, la emoción que ha experimentado.
Emplear la dramatización a través de muñecos también facilita que el niño pueda expresar aquello que le cuesta más con descripciones detalladas.
Debemos permitir que expresen sus emociones para que empiecen a entenderlas y a ponerles nombre. A partir de los 3 años, ya son capaces de nombrarlas y entender las más básicas, y entre los 4 y los 5 años, ya podrán contextualizarlas en distintas situaciones.
Hay que evitar, por todos los medios, reprimir sus emociones, burlarse cuando las exprese, quitarle importancia a lo que está sintiendo en ese momento, ridiculizarle o culparle por sentir una u otra emoción.
Los problemas de cada uno son los más importantes, lo mismo le sucede a tu hijo, por lo que no es bueno minimizar o ignorar lo que el niño manifiesta como una preocupación, problema o miedo.
Todas las emociones son necesarias y, aunque más o menos agradables, todas son positivas, ya que, en ese momento, será la que nuestro organismo necesita para superar cierta situación. Existen dos emociones que, como padres y madres, cuestan gestionar un poco más en los hijos: el miedo y el enfado.
Para gestionar el miedo, primero hay que conocer qué les preocupa: observar sus juegos, sus cambios de conductas... Una vez que ya sabemos cuál es su miedo, debemos validar su emoción, haciéndoles saber que la entendemos y que nos importa lo que le está sucediendo. Después, hay que ofrecerle herramientas para ir superándolo, poco a poco.
Cómo gestionar el enfado: es necesario partir de la empatía para comprender lo que siente el otro cuando nosotros nos enfadamos. También debemos ofrecerles herramientas de control de los impulsos, como la técnica de la tortuga (apretar los puños, tensando todo el cuerpo, imaginándonos que nos metemos dentro de un caparazón de tortuga) y la relajación a través de la respiración. El dibujo o el modelado con arcilla o plastilina apoyan la expresión de sus rabias o enfados. Y recuerda que, evitar que experimenten emociones desagradables no les beneficia, ya que la sobreprotección anula su crecimiento como persona y su autonomía. Si tu hijo consigue una buena gestión emocional logrará integrarse y desenvolverse mucho mejor en la sociedad, le ayudará a adquirir autocontrol y mejorará su autoestima.