El investigador zaragozano Jesús Gonzalo Asensio, del grupo de Genética de Micobacterias de la Universidad de Zaragoza, aclara que "no hemos empezado desde cero: esta tecnología se ha empleado como estrategia contra el cáncer y existen muchas evidencias previas en animales de experimentación". "Los ciudadanos han de saber –explica– que la vacuna consiste en el ARN mensajero que lleva las instrucciones genéticas para producir la proteína S del SARS-CoV-2, y este ARN se envuelve en una gota de lípidos". La proteína S, una proteína relativamente grande, abundante en la superficie del virus, es la llave de entrada a las células humanas. "Cuando el ARN mensajero de la proteína S entra en las células –prosigue–, nuestra propia maquinaria celular produce la proteína S del virus, y nuestro sistema inmunitario la reconoce como una proteína extraña y fabrica anticuerpos y linfocitos T contra ella".
El ARNm es "una molécula que existe de forma natural en nuestras células y se elimina con rapidez, por lo que una vez vacunados, el ARNm no permanece eternamente en nuestro cuerpo ni se integra en nuestros cromosomas. De hecho, es más probable que nuestro sistema inmunitario desencadene una reacción adversa a cualquiera de los lípidos que envuelven al ARNm que a la molécula de ARN en sí misma".
Luís Montoliu, investigador del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología, destaca que esta estrategia "es revolucionaria porque integra mucha ciencia e investigación básica que ahora, sumando todo lo que hemos aprendido en los últimos 30 años, permite desarrollar con seguridad y eficacia estas vacunas de ARN". Pero es igualmente revolucionaria porque "es extraordinariamente versátil, rápida y simple de aplicar (una de las razones que explican por qué las primeras vacunas aprobadas han sido las de ARN), una vez se tiene ya preparada la plataforma para su desarrollo. Esto debería permitir desarrollar otras vacunas contra otros virus (o contra otras enfermedades, como el cáncer)".
Administrar ARN "implica administrar las instrucciones para fabricar la proteína que porte codificada, y esto permite garantizar unos cuantos ciclos de producción de la misma, hasta que el ARN desaparece y se degrada. Es por lo tanto una vacuna transitoria, muy limpia, que no interacciona con la célula de forma irreversible ni deja huella y, por supuesto no se integra en el ADN celular –recalca también Montoliu–. Tan solo permite llevar la proteína que debe suscitar la respuesta inmunitaria no directamente (como otras estrategias, que administran la proteína ya sintetizada), sino a través del ARN que la codifica".