En Huesca, estudié en el colegio de Prácticas (El Parque) y luego fui al Instituto Ramón y Cajal (con premio extraordinario de Bachillerato). Hice una licenciatura en Físicas en la Universidad de Zaragoza y durante la carrera ya pasé un año en Alemania, en la Universidad de Paderborn, gracias al programa Erasmus.
¿Cómo le empezó a picar el ‘gusanillo’ de la investigación?
Recibí una beca de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) del CSIC, de Iniciación a la Investigación, que me permitió investigar un verano en el Instituto de Ciencia de Materiales de Aragón y la Universidad de Zaragoza, bajo la tutela de los que más tarde serían mis directores de tesis de máster y doctorado, Eva Natividad Blanco y Miguel Castro Corella. Tras finalizar la carrera, recibí otra beca del CSIC, la JAE Predoc, que cubrió mis estudios en el Máster de Física y Tecnologías Físicas y el doctorado en Ciencias Físicas, ambos en la Universidad de Zaragoza.
¿Cuándo dio el salto al extranjero?
Gracias al programa JAE tuve la oportunidad de hacer una estancia de investigación de cuatro meses durante el doctorado en la Universidad de British Columbia, en Vancouver, Canadá. Le debo mucho al programa JAE. Tuve la suerte de beneficiarme de él antes de las reformas que han eliminado las ayudas para hacer investigación cuando aún estás en la carrera. Sin ese programa, probablemente me habría quedado en Alemania para hacer el doctorado. Tras recibirlo en 2015, me fui con un contrato posdoctoral a la Simon Fraser University (Burnaby, Canadá), donde estuve hasta 2018. Luego llegué a mi puesto actual de directora del Consorcio de Nanociencia y Nanotecnología en la Universidad de Rhode Island.
Como le he dicho, impresiona.
Sé que mi historia parece muy larga y con muchos cambios, pero de hecho es una progresión bastante simple comparada con otros ‘científicos itinerantes’.
¿La covid-19 ha alterado sus planes también? ¿Qué está investigando ahora?
En colaboración con el profesor Manbir Sodhi, estamos investigando materiales alternativos para crear mascarillas con un alto nivel de protección contra aerosoles, similares a las N95 americanas o las FFP2 europeas, pero con materiales de bajo coste y ecológicos para que sean accesibles al público general. Actualmente, no recomiendan el uso de las FFP2 para la población por su alto coste y la prioridad de darlas al personal sanitario. Nosotros estamos intentando encontrar una alternativa que no afecte al suministro sanitario y que tenga un nivel de protección más elevado que las quirúrgicas que ahora se pueden comprar en las farmacias en España, o las caseras de tela que lleva la mayoría de la gente en EE. UU.
Parece una buena solución para intentar frenar la contaminación plástica.
Al usar materiales no reciclables se están generando grandes volúmenes de desechos. Utilizando otros biodegradables, de bajo coste ecológico, intentamos aliviar ese impacto medioambiental. E intentamos hacerlas con procesos simples para que países con dificultades económicas también puedan fabricarlas a bajo coste.
¿Está teniendo resultados prometedores?
De momento hemos encontrado materiales basados en papel, que parecen tener mejor filtración que la mayoría de las telas que se usan para mascarillas caseras. Todavía tenemos que trabajar en reproducibilidad. Llegar al nivel de protección de las FFP2 está lejos. Hemos aprendido que es tan importante el material como que se ajuste a la cara. Puedes llevar la mejor mascarilla del mundo, pero si tienes huecos alrededor de la nariz o la barbilla (o si la llevas por debajo de la nariz, como hace mucha gente), no hace absolutamente nada. Por eso, buscamos diferentes formas que se adapten a las curvas de la cara.
¿En qué proyectos trabajaba antes?
Mi trabajo es altamente colaborativo. Dirijo un centro de microscopía electrónica y microanálisis que es usado por investigadores de toda la Universidad de Rhode Island, de otras universidades de la zona y por la industria privada. La mayoría de mi investigación está relacionada con problemas medioambientales: purificación de agua, detección de contaminantes, caracterización de microplásticos... El proyecto que actualmente me tiene contratada se centra en el efecto del cambio climático en los sistemas costeros de Rhode Island.
¿Cómo está viviendo esta crisis sanitaria mundial desde Estados Unidos?
Mi mayor preocupación es mi familia y amigos en España (y mi hermano que está en Canadá). Mientras ellos estén bien, yo estoy bien. La situación aquí es compleja. Cada estado actúa de forma independiente y, pese a los mensajes contradictorios del presidente Trump, en la zona donde vivo la pandemia se está tratando con seriedad. Pero otros estados están reabriendo su economía sin haber controlado la epidemia. Esto se une a los problemas sociales y de derechos laborales de EE. UU.: una receta para el desastre. Por no hablar de la gente en países más desfavorecidos. Cuando no puedes confiar en tu Gobierno, la protección recae en el individuo, y es lo que me motivó a participar en el proyecto de las mascarillas.
¿Tiene planes para regresar a España?
No, no tengo planes. La situación debería cambiar mucho para volver. Mis posibilidades de encontrar un trabajo similar en una universidad española son muy bajas. Mi pareja trabaja en investigación para una empresa farmacéutica y eso está aún más difícil. Pero tampoco sé si nos podremos quedar en EE. UU. dadas las injusticias sociales y la incertidumbre política.
¿Qué debería hacer España para evitar esa la tristemente famosa ‘fuga de cerebros’?
Una medida obvia es incrementar la inversión en investigación en universidades y centros públicos para eliminar o reducir los contratos temporales. La actual precariedad laboral de los investigadores jóvenes (y algunos no tan jóvenes) es una gran barrera. Y otra medida que, bajo mi punto de vista, es tan o más importante es atraer y mantener empresas tecnológicas. No es posible emplear a todos los graduados de programas en ciencia e ingeniería en lo público. Mucha gente brillante se va al sector privado, que también hace muchísima investigación, pero hay pocas oportunidades para esto en España. Desarrollar beneficios para empresas tecnológicas que las atraigan es un paso crucial para evitar la fuga de cerebros.
Con esta pandemia parece haber crecido la conciencia de destinar mas fondos a la investigación. ¿Cree que se hará realidad?
Sinceramente, no, pero espero estar equivocada. España lleva al menos 20 años de retraso en inversión en investigación. Para que dé sus frutos, hay que invertir más durante muchos años y sin ver muchos beneficios. Es difícil mantener el compromiso de los políticos con esta causa cuando hay otros problemas (sanidad, educación...) que son obviamente importantes y tienen mucha visibilidad e impacto en el día a día de la gente. Por ejemplo, España tuvo su oportunidad de liderar en energías renovables. ¿Dónde estamos ahora?