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11 enero, 2022El investigador del Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón publica '2037. Paraíso neuronal', novela que explora la ética de la neurociencia
Estocolmo, diciembre de 1906. J. J. Thomson y Santiago Ramón y Cajal coinciden en la ciudad sueca para recoger sus premios Nobel, de Física y de Medicina, y conversan de sus respectivos ámbitos de trabajo. Quizá allí empezó la gestación de la neurociencia, disciplina que hoy está en boca de todo el mundo. Ese encuentro histórico fue el primer fogonazo de la novela '2037. Paraíso neuronal' (Mira Editores), que acaba de publicar José María de Teresa, profesor de Nanotecnología de la Universidad de Zaragoza y del CSIC. La obra sigue en parte la estela de '1984' de George Orwell, en el sentido de que se imagina un futuro próximo, 2037, en el que la neurotecnología se ha desarrollado muy por delante de la ley y plantea profundos debates morales y éticos. Es una novela, pero en parte viene a decirnos que el futuro está aquí, a la vuelta de la esquina.
No es muy habitual que un profesor de Nanotecnología escriba una obra de ficción.
En mi caso, no. Siempre me han gustado las letras. De hecho, quise estudiar Filosofía, aunque al final me decidí por algo más práctico, la Física. Hice mi tesis doctoral en Zaragoza, estuve de post doctorado en París y allí me regalaron dos novelas históricas escritas por un astrofísico y que estaban muy bien. Aquello me hizo ver que se puede escribir novela perfectamente desde la ciencia.
Su novela, a diferencia de la de Orwell, que se planteaba el futuro casi a 40 años vista, se fija en el plazo corto. Y plantea cambios difíciles de asumir, como que haya seres humanos con microchips implantados.
¿Qué significa corto plazo? Si pensamos en cinco o seis años, sí lo es, pero la mayoría de los científicos opinan que esa posibilidad, la de tener microchips implantados en la cabeza, puede ser una realidad dentro de 10 o 20 años. Se están perfeccionando los sensores para estudiar cómo funciona el cerebro. De momento se hace mediante dispositivos externos, cascos, diademas... Pero en el futuro podrías tenerlo implantado y bajo tu control. Cuando llegue ese momento será una auténtica revolución: cambiará la naturaleza humana. Podrás conectarte por vía inalámbrica con internet y acceder de forma inmediata a todo el conocimiento de la Humanidad. Quienes accedan a esa tecnología serán 'seres aumentados', multiplicarán exponencialmente su actividad cerebral. Hoy ya estamos viendo grandes diferencias entre quienes acceden a internet y quienes no lo hacen, como algunas personas mayores. Pero la diferencia entre los 'seres aumentados' y el resto, en el futuro, será abismal.
Su novela rompe un tabú con el que no se atrevió Orwell, el del absoluto control cerebral.
Para escribirla, obviamente, releí '1984', y lo hice con una nueva mirada. Y me sorprendió. El líder, el Gran Hermano, podía verlo todo y lo controlaba todo menos una cosa: no podía acceder al interior del cerebro de las personas. En ese mundo, uno podía decir una cosa y pensar otra, podía fingir. Las tecnologías que llegan en el campo de la neurociencia permitirán 'entrar' en el cerebro. Con la inteligencia artificial no solo se podrá acceder a él, sino que se podrá tener más información de una persona que ella misma. Por eso, con la novela he querido hacer una llamada de atención. Ahora estamos en el momento de regular legalmente todo esto. Si lo hacemos antes que se desarrolle la tecnología, nadie se saldrá de los límites éticos prefijados. Si dejas que la tecnología se desarrolle libremente, luego será mucho más difícil.
Pensar que uno puede llevar un implante cerebral para mejorar su vida o su capacidad de aprendizaje, y que eso puede ser aprovechado por alguien sin límites éticos para acceder de alguna manera a tu cerebro es muy de ciencia ficción, casi conspiranoico. Pero antes hablaba de cascos y diademas, y ya existen. Aquí en Aragón tenemos el ejemplo de Bitbrain, empresa que estudia el funcionamiento cerebral a partir de diademas con sensores.
Bitbrain lo hace con fines médicos, para diseñar ejercicios que mejoran la condición cerebral de la persona. Pero hay muchas investigaciones en marcha. Google y Facebook están desarrollando ya sus propios cascos y diademas para que haya interacción con el teléfono móvil. Los están desarrollando con mucha confidencialidad. Y luego están los electrodos implantados, que también son ya una realidad. La revista 'Nature' publicó el año pasado un estudio realizado con tetrapléjicos, a los que se consiguió descodificar las señales eléctricas de su cerebro mientras pensaban que estaban escribiendo. Se les pedía que imaginaran una letra y se detectaba que para cada una de ellas había una señal eléctrica cerebral diferente. Así, lograron escribir a una velocidad de incluso 100 caracteres por minuto.
Esta tecnología se desarrollará.
Parece inevitable. Se acabarán comercializando diademas, o cascos, que mejorarán nuestro día a día. Imagínese poder acceder a todos los idiomas y tener una traducción inmediata de algo que nos están diciendo en un lenguaje del que no tenemos ni idea. Esos cascos o diademas, por poner un ejemplo, se empezaran comercializando quizá a 500 euros la unidad y conforme se vayan popularizando acabarán vendiéndose a 20. Pero no veo en ellos un problema ético, y sí en lo que será la segunda fase de esta tecnología.
Los microchips implantados.
No sabemos mucho de lo que se está haciendo porque se lleva con total confidencialidad. Pero Neuralink, la empresa de Elon Musk, ya ha informado de que ha implantado microchips en cerdos y que les leen información en algunas zonas de su cerebro. De momento, en cosas muy básicas, como si el animal olfatea comida que le gusta. Pero ha invertido 150 millones de euros para construir el robot que realiza esos implantes y ya ha anunciado que en 2022, este año, va a empezar a investigar con seres humanos. No sé si será cierto o no, pero el anuncio está ahí. Y todo esto ocurre cuando en un microchip ya somos capaces de meter 100 millones de transistores en un milímetro cuadrado.
Pero un cerebro humano no funciona como un ordenador.
Lo hace de forma diferente, sí. Tiene integradas la memoria y el procesado de datos, es una arquitectura distinta. Pero los ordenadores están evolucionando por varias vías. Por un lado, por la de la computación cuántica, que no almacena la información de forma binaria, lo que les otorgará mucha más capacidad. También mediante algoritmos de inteligencia artificial. A mitad de los 90 el mundo se sorprendió cuando el ordenador Deep Blue ganó al mejor ajedrecista humano. Ahora hay máquinas a las que ni siquiera se las programa. Se les dice: 'empieza a jugar' y, sobre la marcha, aprenden las reglas del juego y son capaces de ganar al mejor de los humanos. Otra vía por la que están evolucionando los ordenadores es la computación neuromórfica, a través de ordenadores que tienen la misma estructura que nuestro cerebro.
Antes hablaba de la necesidad urgente de poner límites, de legislar. ¿Qué derechos están en peligro?
En primer lugar la privacidad. La neurotecnología permitirá que nos lean el pensamiento. También hay que preservar el libre albedrío respecto a esos dispositivos que llegarán y con los que interaccionaremos. Hoy lo estamos viendo: Google, cuando empiezas a teclear una palabra, ya te ofrece cómo terminarla. Esos dispositivos nos van a proponer cosas y debemos ser absolutamente libres para elegir entre las opciones. También se plantean problemas de identidad. Hay implantes en personas que tienen algún problema médico, como pacientes epilépticos, en los que salta una alarma cuando detectan determinadas señales en sus cerebros. Algunos de ellos aseguran que tienen reacciones distintas a las que tendrían si no estuvieran implantados, que no están seguros de ser ellos mismos. También habría que regular el acceso igualitario a estas tecnologías para que no se creen dos sociedades a distinta velocidad, como ocurre en '1984', donde están los que siguen al líder y tienen ciertos beneficios, y los que se quedan al margen. Y, por último, habría que regular muy detalladamente el acceso a la información que generen esos nuevos dispositivos. Hoy ya sabemos que incluso los algoritmos tienen un sesgo.
La tecnología no siempre es beneficiosa.
Yo no sé el futuro que les espera a mis hijos y nietos, aunque me gustaría estar aquí para verlo. Adaptarse a cambios tan profundos como los que se avecinan da miedo, aunque quizá los nativos digitales lo vean de una forma distinta. La tecnología sirve para ayudar a la gente, pero, si es muy poderosa y es mal usada, puede causar mucho daño. Ya noto mucha diferencia entre cómo eran las cosas en mi juventud y ahora. Antes, por poner un ejemplo, cometías un error y tenías derecho a una segunda oportunidad. Ahora, con internet y las redes sociales, todo es distinto. La gente es cada día más cuidadosa con lo que dice, lo que escribe, incluso con lo que piensa; se preocupa de respetar las líneas de pensamiento generales. Y a mi esto no me gusta mucho, en cierto sentido me parece que se está evolucionando hacia lo que pronosticaba Orwell, a una sociedad en la que todo está muy controlado. En la actualidad todo está digitalizado y ponemos todos nuestros datos en ficheros sobre los que quizá no tenemos todo el control que nos gustaría. La tecnología nos hace mejores como especie, pero no nos hace más libres".