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Salir al extranjero es parte esencial de la carrera científica, pero ningún joven talento parte llevando en el bolsillo un billete de retorno y sí mucha incertidumbre.
Una puerta se entreabre de vez en cuando en forma de convocatoria para entrar en la investigación y quedarse. Ahora mismo, por ejemplo, y hasta final de febrero, se encuentra abierta la de la Fundación Agencia Aragonesa para la Investigación y el Desarrollo (ARAID), una convocatoria internacional para contratar hasta un máximo de 12 investigadores. La llave para conseguir uno de estos contratos es un currículum que, para empezar, refleje un mínimo de seis años de experiencia posdoctoral, dos de ellos en centros de investigación de reconocido prestigio, ya sea dentro o fuera de España.
Por esa misma puerta entró hace unos años el biólogo David Fernández Antorán y firmó un contrato indefinido como investigador Araid en el Instituto de Investigación Sanitaria Aragón (IIS Aragón), donde llegó desde Reino Unido. Hoy dirige un laboratorio de investigación en el Hospital Miguel Servet de Zaragoza y, al mismo tiempo, también lidera otro laboratorio e imparte clases en la Universidad de Cambridge.
Sus perspectivas profesionales son «establecer un grupo consolidado en Aragón donde pueda llevar a cabo toda la investigación que llevo haciendo en Cambridge en los últimos años y colaborar con otros grupos bien establecidos, así como iniciar nuevos proyectos, todo ello dirigido a mejorar la vida de los pacientes con cáncer».
Tres historias de retorno
Junto a otras dos investigadoras, Alejandra González Loyola y María Sancho Albero, David Fernández participó en el VII Encuentro de Jóvenes Investigadores por el Mundo. En ediciones pasadas, ellos mismos eran esos jóvenes investigadores en el extranjero aspirando a volver. Ahora, sus tres historias son de retorno, pero con muy diverso grado de dos ingredientes que condicionan profundamente la carrera y también la vida de cualquier persona que quiera dedicarse a la investigación: la falta de estabilidad laboral y la incertidumbre.
«La ciencia es una carrera de fondo, quienes quieran optar a ella tienen que establecerse metas ambiciosas y crearse un itinerario formativo específico», considera Javier Aragón. Desde su puesto como técnico de Gestión Científica y Formación en la Unidad de Proyectos y Gestión Científica del IIS Aragón, su trabajo está enfocado fundamentalmente hacia la gestión de las convocatorias de personal investigador en todas las etapas, así como al análisis de los indicadores científicos del instituto y la organización de actividades de formación dirigidas a los investigadores del IIS Aragón.
Con la tesis bajo el brazo, para optar a una ayuda o a un contrato en una convocatoria competitiva de investigadores consolidados, la especialización profesional en tareas de investigación, desarrollo, transferencia de conocimiento e innovación pasa por la realización de estancias posdoctorales en el extranjero por periodos iguales o superiores a dos años, «lo que les permite desarrollar diferentes competencias transversales y comenzar a crear sus propias redes de investigadores en torno a una temática», destaca Aragón.
«Muchos de los compañeros con los que coincidí haciendo la tesis doctoral se han visto obligados a abandonar la carrera científica. Es una pena, ya que es una gran pérdida de capital humano y formado en nuestro país»
Poder volver
En España «hay grandes científicos con motivación y con cantidad de ideas e iniciativas que deberían ser impulsadas y que en numerosas ocasiones se ven difuminadas y no realizadas por las pocas garantías de estabilidad». Así lo ve María Sancho Albero, doctora en Ingeniería química que, tras pasar por Zúrich y Milán, desde octubre de 2023 desarrolla su trabajo en el grupo NFP del Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón (INMA, centro mixto CSIC-Universidad de Zaragoza). «Muchas veces –valora–, se promueven ayudas ‘parche’ sin planificación de futuro. En mi caso, a día de hoy he logrado ganar un proyecto muy competitivo a nivel nacional dirigido a talentos posdoctorales para poder volver a España y desarrollar durante cuatro años mi proyecto de investigación en Zaragoza. Soy afortunada».
En su opinión, «uno de los principales problemas es la incertidumbre y falta de estabilidad. De hecho, muchos de los compañeros con los que coincidí haciendo la tesis doctoral se han visto obligados a abandonar la carrera científica. Es una pena, ya que es una gran pérdida de capital humano y formado en nuestro país». En su caso, «a pesar de que ha sido un camino lleno de cambios e incertidumbre, considero que no he tenido que renunciar a nada que yo haya querido por dedicarme a mi trabajo, aunque es cierto que la investigación me ha restado tiempo. He estado durante dos años y medio alejada de mi familia y mis amigos para poder seguir formándome con el objetivo de volver a España como investigadora, cosa que no tenía ni tan siquiera garantizada».
Ahora ha conseguido volver al INMA, al grupo liderado por Jesús Santamaría, que fue también su director de tesis. Pasados estos cuatro años que le cubre la ayuda obtenida hace unos meses, su horizonte es poder estabilizarse en la Universidad de Zaragoza «y conseguir que el trabajo científico que hago hoy en día pueda ser útil en un futuro». Dentro de unos años, le encantaría tener su propio grupo de investigación, «donde pueda transmitir mi pasión de aprender y trabajar en equipo, desarrollando una investigación pionera de nuevos nanomateriales en el campo biomédico y formando a nuevas generaciones de científicos para hacer reales sus ideas e hipótesis».
El problema de este tipo de ayudas es que, aunque te permiten volver, no te dejan estabilizarte, son contratos de duración determinada»
La vuelta desde Suiza ha resultado complicada para la bioquímica Alejandra González Loyola, Premio de Excelencia 2022 como joven investigadora de la Universidad de Lausanne. «Volver requiere mucha perseverancia, tras varios años pidiendo ayudas, conseguí en 2022 una Ayuda María Zambrano para la Atracción de Talento Internacional gracias a la cual pude volver a Zaragoza como investigadora posdoctoral senior».
Actualmente trabaja en el grupo de Metabolismo y Células Madre Tumorales, en el Instituto de Investigación Sanitaria Aragón. «El problema de este tipo de ayudas –reconoce– es que, aunque te permiten volver, no te dejan estabilizarte, son contratos de duración determinada». Gracias a haber conseguido una ayuda Marie Skłodowska-Curie Actions-Sello de Excelencia ISCIII-Health, ahora lidera su línea de investigación para descifrar nuevos mecanismos terapéuticos que frenen la progresión del cáncer de páncreas. «Consiste en un contrato de dos años que cubre mi salario y 21.000 euros para mi proyecto de investigación», concreta. Sus planes para continuar en la carrera investigadora después de esos dos años son solicitar becas competitivas con perspectivas de estabilización como la ayuda Ramón y Cajal, Miguel Servet y Araid.
Preservar
La vuelta desde Suiza ha resultado complicada para la bioquímica Alejandra González Loyola, Premio de Excelencia 2022 como joven investigadora de la Universidad de Lausanne. «Volver requiere mucha perseverancia, tras varios años pidiendo ayudas, conseguí en 2022 una Ayuda María Zambrano para la Atracción de Talento Internacional gracias a la cual pude volver a Zaragoza como investigadora posdoctoral senior».
Actualmente trabaja en el grupo de Metabolismo y Células Madre Tumorales, en el Instituto de Investigación Sanitaria Aragón. «El problema de este tipo de ayudas –reconoce– es que, aunque te permiten volver, no te dejan estabilizarte, son contratos de duración determinada». Gracias a haber conseguido una ayuda Marie Skłodowska-Curie Actions-Sello de Excelencia ISCIII-Health, ahora lidera su línea de investigación para descifrar nuevos mecanismos terapéuticos que frenen la progresión del cáncer de páncreas. «Consiste en un contrato de dos años que cubre mi salario y 21.000 euros para mi proyecto de investigación», concreta. Sus planes para continuar en la carrera investigadora después de esos dos años son solicitar becas competitivas con perspectivas de estabilización como la ayuda Ramón y Cajal, Miguel Servet y Araid.
Más financiación
David Fernández Antorán es ahora investigador Araid con un contrato indefinido, pero conoce bien esta realidad: «Como científicos, dependemos de contratos temporales y del éxito en las publicaciones para asegurar la renovación de proyectos. Esto no solo determina el curso de nuestras carreras profesionales, sino que también influye significativamente en la planificación de nuestras vidas».
«El mayor problema es el estar fuera de tu tierra y lejos de tu familia por un tiempo que nunca vas a saber cuánto va a durar. Es lo que más duro se hace»
Desde su punto de vista, el mayor problema, «que no solo afecta a los jóvenes investigadores», es la falta de financiación. «Necesitamos una sociedad más involucrada con la ciencia, que demande una mayor inversión a los políticos y que permita ofrecer posiciones competitivas a mucha de esa gente joven brillante que tiene ganas de cambiar las cosas y hacer ciencia de calidad», incide.
Él también fue un joven investigador en el extranjero, concretamente en Reino Unido, «donde echaba en falta la familia y el estilo de vida que llevábamos en España… y una fregona –añade–; en Inglaterra hay moqueta en todos los sitios y no puedes pasar la fregona nunca y eso se echa en falta». Volviendo a lo esencial, cree que para muchos de los jóvenes en el extranjero, «el mayor problema es el estar fuera de tu tierra y lejos de tu familia por un tiempo que nunca vas a saber cuánto va a durar. Es lo que más duro se hace».
Coincide su colega Alejandra González en que en España falta financiación para investigar. Si comparamos con otros países, «en el extranjero hay muchas más convocatorias, tanto públicas como privadas, que, además, están mejor financiadas, y también hay un mayor compromiso de estabilización para investigadores con un perfil competitivo y con alta movilidad e internacionalización». Su deseo para 2024 sería que «en España, la inversión en ciencia del Gobierno se equipare con la de nuestros vecinos europeos y que cada vez haya más promesas científicas, porque se necesita avanzar en ciencia».
Para María Sancho, «la ciencia y la investigación no pueden esperar, necesitan más financiación y recursos». Por su experiencia, «la investigación es una ocupación no solo de gran inseguridad e incertidumbre, sino que además no está suficientemente reconocida. Requiere gran dedicación, muchas horas de trabajo, a veces salen los resultados esperados y otras salen mal. Además, son pocos (y muy competitivos) los proyectos estables que existen en España para poder dedicarte a la investigación de manera continuada y estable. Conforme vas creciendo en la carrera investigadora, dedicas más tiempo a la burocracia, a pedir financiación y proyectos (que en la gran mayoría de ocasiones no consigues), y esto resta horas de investigación».
Considera que visibilizar la importancia de la investigación es clave para reconocer la labor de los investigadores y potenciar la estabilidad en nuestro país. Mientras tanto, personalmente, se siente afortunada de poder dedicarse, al igual que sus compañeros, a algo que le apasiona y con lo que disfruta cada día.
Desde muy pequeña, María Sancho Albero (Leciñena, Zaragoza, 1993) era «una persona inquieta, curiosa y creativa». Se inició en la investigación «de manera espontánea, y con el tiempo me he dado cuenta de que tiene una componente vocacional, requiere mucha dedicación, pero me entusiasma».
Doctora en ingeniería química por la Universidad de Zaragoza, desde octubre de 2023 investiga en el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón (CSIC-Unizar), tras haber ganado un competitivo contrato –uno de los ocho de toda España– para talentos posdoctorales. En su tesis, hizo sendas estancias en el ETH de Zúrich y el Politécnico de Milán. Tras doctorarse, siguió los consejos de su director de irse al extranjero durante al menos dos años. «No fue una decisión fácil, ya que emprendí mi viaje en plena pandemia», recuerda. En los últimos dos años y medio ha trabajado en el Instituto Mario Negri de Milán (Italia), formando parte del grupo liderado por Luisa De Cola. «Trabajar con ella, una de las mejores científicas en nanotecnología, ha sido una gran oportunidad para poder realizar investigación puntera en este campo». Su proyecto se centró en desarrollar nanocontenedores capaces de dirigir y transportar fármacos y moléculas antitumorales en el organismo.
En Italia, «uno de los mayores problemas a los que me enfrenté fue la incertidumbre de conseguir algún proyecto que me permitiera volver a mi país, no sabía cómo, cuándo ni en qué condiciones iba a suceder». Lo que más echaba en falta era no poder compartir su día a día con su familia y amigos. Un entorno personal «que me ha apoyado y ayudado a poder compaginar mis planes personales con mis objetivos profesionales».
Nació en Sevilla (1980), pero David Fernández Antorán se siente «casi aragonés». Su madre «era de Zaragoza, como toda mi familia materna. Mi esposa es de Zaragoza y aquí he pasado muchas temporadas». Siempre le gustó «entender cómo funcionan las cosas para luego arreglarlas», así que estudió Biología en Sevilla y se fue después a Madrid a hacer la tesis en oncología e inmunología. «Luego nos fuimos a Cambridge para una estancia posdoctoral de siete años en el Sanger Institute, tras la cual conseguí una plaza de jefe de grupo y financiación del CRUK (similar a la AECC) en la Universidad de Cambridge», relata. Al cabo de unos años, obtuvo su plaza de investigador Araid en el IIS-Aragón «y aquí estamos». Compagina su labor investigadora en el Servet con docencia e investigación en Cambridge. Su enfoque: descifrar por qué desarrollamos cáncer y cómo evitarlo eliminando las células responsables antes de que lo causen. También trabaja en nuevas terapias y mejora de las existentes.
Reconoce que «la inestabilidad inherente a nuestra profesión ha tenido un impacto directo en cualquier plan vital que pudiera haber contemplado junto a mi familia».
Durante la tesis doctoral, «la intensidad del trabajo se traduce en una dedicación exclusiva para sacar adelante todos los experimentos, dejando poco espacio para otros aspectos de la vida. Además –destaca–, la falta de oportunidades para regresar al país de origen podría describirse como un exilio voluntario, siempre a la espera de una oportunidad digna para retornar». Sin embargo, «a pesar de estos obstáculos, me considero afortunado. He logrado alcanzar mis metas gracias a las oportunidades que han surgido y al apoyo de mi familia».
En la balanza pesan muchas otras cosas, porque «si solo fuera por tema laboral, no habría apenas retorno científico, porque las condiciones laborales, en la mayoría de los casos, son muchísimo mejores en el extranjero y con mejores perspectivas de estabilización». En el otro platillo de Alejandra González Loyola (Madrid, 1985) se combina esta reflexión: «Realmente las estancias en el extranjero son muy recomendables, te enriquecen mucho tanto a nivel profesional como personal, pero es cierto que el tener la familia lejos y la cultura del país de acogida muchas veces influye en la decisión de volver».
Aunque nació en Madrid, «me considero aragonesa porque vine a vivir a Zaragoza cuando cumplí un año, casi toda mi familia es de aquí y he vivido en Zaragoza hasta que me marché a Salamanca a estudiar Biología y Bioquímica. Tras pasar media vida fuera de Aragón –carrera en Salamanca, Erasmus en Manchester, máster en Barcelona, doctorado en Madrid y posdoctorado en Lausanne (Suiza)– decidí volver a mi tierra y pude regresar a Zaragoza en 2022 gracias a una Ayuda María Zambrano para la Atracción de Talento Internacional». Actualmente, disfruta de una ayuda MSCA-Sello de Excelencia ISCIII-Health. Lidera una línea de investigación centrada en el cáncer de páncreas, uno de los más letales.