Los investigadores de la Universidad de Zaragoza van retomando paulatinamente la actividad presencial tras dos meses en los que la mayor parte de ellos han estado alejados de los laboratorios y las aulas a causa del coronavirus. La entrada de la fase 1 de la desescalada permitió que se comenzasen a realizar labores de desinfección de las instalaciones durante la pasada semana, y en la presente se han reanudado, con limitaciones, aquellas labores que requieren equipos y experimentalidad.
La Universidad -que sigue recomendando que en la medida de lo posible se mantenga el teletrabajo- ha implantado un protocolo de actuación para incrementar las medidas de seguridad. Los aforos se han reducido al 50% de la capacidad; se han organizado turnos rotatorios de trabajo; y se han extremado las precauciones a la hora de usar el material común de los laboratorios y del resto de dependencias.
«El distanciamiento social es la medida más efectiva frente a la pandemia. Por eso, en primer lugar se recomienda que, siempre que se pueda, se siga trabajando desde casa. Sin embargo, hay colectivos (físicos, veterinarios...) que después de tanto tiempo necesitan acudir de forma presencial para poder avanzar, por lo que poco a poco se irá restableciendo la normalidad. Hasta este lunes, acudían a la Universidad unas 100 personas, pero esta semana esa cifrá se multiplicará por tres, aproximadamente», explica Blanca Ros, vicerrectora de Política Científica, y destaca que en la reactivación de la actividad prima la «ilusión» por volver pero también la «prudencia».
«Nos costará acostumbrarnos, pero con el esfuerzo de todos creo que es posible seguir el nuevo orden que se nos impone», valora, coincidiendo con la opinión que traslada Javier Sesé, director del Servicio General de Apoyo a la Investigación (SAI). «Hay personas que, por necesidades específicas, no han dejado de trabajar durante el confinamiento; pero la mayor parte de los investigadores regresa estos días, siempre con el cuidado requerido», comenta un Sesé que espera que las buenas palabras que ahora se dirigen al ámbito científico se conviertan después en hechos, en más apoyo económico.
Del mismo modo, Luis Oro, doctor en Ciencias Químicas, confía en que la sociedad, que durante la crisis ha tenido mayor información sobre la situación de los investigadores y la sanidad, sea consciente de las necesidades que pueden surgir. «Lo importante es que este apoyo sea sostenido y no llegue en momentos puntuales. La ciencia no se improvisa; es la que aporta soluciones. Quisiera pensar que se le dará prioridad en los próximos escenarios presupuestarios», valora, entendiendo que esta pandemia ha puesto de manifiesto la obligación de contar con científicos que traten de atajar el coronavirus.
«Se ha buscado el abrigo de la ciencia, y la ciencia ha tenido una respuesta global sin precedentes. Investigadores de todo el mundo han modificado sus líneas de investigación desde todos los ámbitos y colaboran para buscar soluciones. Entre ellos varios aragoneses», completa Oro. Y es que cabe recordar que tres científicos de la Comunidad lideran tres de los 18 proyectos a nivel nacional -aprobados por el Instituto de Salud Carlos III- para la luchar contra el covid-19. Dos de estos proyectos dependen de la Agencia Aragonesa para la Investigación y el Desarrollo, perteneciente a la DGA, y el otro a la Universidad de Zaragoza, que, en su regreso progresivo a la actividad de investigación, tiene la Facultad de Ciencias como escenario más transitado.
«Principalmente han vuelto estudiantes predoctorales y postdoctorales que forman parte de equipos emergentes. Una semana antes se compraron equipos de protección porque, más allá de las normas de la Universidad, es importante que nosotros también tengamos definida la forma de trabajar. Vamos a dos turnos (7.30 a 14.30 y 14.30 a 21.30) y se evita que coincidan más de dos personas por habitación», comenta la profesora investigadora Marta Martínez, sobre unos patrones que se extienden al Departamento de Bioquímica y Biología Molecular y Celular de la Facultad de Veterinaria.
El catedrático Julio Montoya se encarga de coordinar unas instalaciones que combinan el trabajo presencial con el no presencial. Además, el personal que acude al laboratorio trabaja de forma separada y con mascarilla. «El problema se puede plantear en los pasillos, donde se cruzan las personas, pero seguimos unas pautas para que no coincidan más de los debidos», señala Montoya. «Durante el confinamiento pedimos permiso para que dos investigadores vinieran a completar un experimento de ratones con droga, pero el resto trabajó a distancia. Ahora hay que recuperar la actividad presencial porque trabajamos con células», finaliza.