Pocos sectores económicos escapan al imparable alza del precio de la electricidad. La industria ha visto disparados sus costes fijos y la producción agrícola y ganadera afronta cada vez facturas más altas. Y, por si fuera poco, los transportistas observan cómo el precio del petróleo también experimenta su particular escalada. El consumidor, último eslabón de la cadena, acaba pagando facturas superiores a las de solo hace unos meses. Lo ve a la hora de pasar por caja en el supermercado, donde los principales alimentos frescos han visto incrementado su valor final: el precio del cordero ha subido un 11,4% en un trimestre y el pollo entero lo ha hecho un 5,8% en el mismo periodo, según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), que extiende esta tendencia al cerdo, la ternera, la leche o los huevos.
¿Y cómo influye esta circunstancia en la configuración de las cestas de la compra? "Durante los años que se extendió la crisis de 2008 mucha gente dejó de comprar las carnes más caras, como la ternera, el solomillo y el ternasco, lo mismo que ocurrió con los pescados más caros”, reconoce la nutricionista zaragozana Alejandra Bastarós, quien a su vez recuerda que “en nuestra dieta hay un exceso de proteínas de origen animal y que esta puede ser sustituida por la legumbre, pero también por la clara de huevo, que es la proteína más pura”.
La experta constata que “algunos pescados son prohibitivos para la economía de muchas familias”, por lo que propone “sustituirlos por anchoas o boquerones, opciones más baratas pero a su vez de un gran contenido nutricional”. Y aunque constata que “en el momento actual, la gente se lanza más a por las marcas blancas, esto no tiene por qué ser algo malo, siempre que se eviten los ultraprocesados”. También apuesta por “buscar más el producto de cercanía, que es mejor, tiene más calidad y es más barato, lo que puede permitir no solo reducir el gasto, sino incluso comer alimentos de mayor calidad”.
En ese sentido, la portavoz del gremio en la Comunidad coincide con su compañera en que “el exceso de carne grasa se puede sustituir por legumbres y alimentos más magros, como el pavo o el pollo”. También propone “cambiar las frutas, verduras y otros alimentos exóticos, como el aguacate o la quinoa, por otros de proximidad y de temporada, una decisión que beneficiará a nuestro bolsillo, ya que no pagaremos el inmenso coste que supone el transporte desde Sudamérica, y a la calidad de lo que comemos”. Santaliestra advierte de que las consecuencias de esta subida de precios generalizada puede ser mayor “en aquellos que, además tener una economía precaria, tienen un bajo nivel formativo, que son quienes acostumbran a tener una mayor tendencia hacia los alimentos procesados o por el consumo excesivo de hidratos de carbono”.
Una de las proteínas más recurrentes en los menús semanales de todas las familias es el pollo, un alimento cuyo precio ha subido unos quince céntimos por kilo en solo un año, según los datos de la Lonja del Ebro, que si bien no son vinculantes para los lineales y mercados sí se consideran orientativos. Sin embargo, este mayor coste “no repercute de forma directa en la ganancia de los productores, que asumen el sobrecoste derivado de todo el proceso”, según explica Eloy Ureña, responsable del área avícola de Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón (Uaga-Coag).
"Sí nos repercute todo el incremento de los costes. Por ejemplo, al fabricar y prensar los piensos usamos mucha electricidad, lo mismo que con la calefacción. Y los mataderos funcionan sobre todo de noche, de madrugada, cuando la luz es más cara”, recuerda Ureña, que también señala hacia “el encarecimiento de las materias primas y del gasoil, lo que supone que trasladar a los pollos también acabe siendo más caro”.
Desde la Asociación de detallistas del Mercado Central de Zaragoza admiten que sí se está experimentando una subida de precios: "Pese a hacer todo lo posible por repercutir lo mínimo al cliente, al tener márgenes tan pequeños, al final, hay que subir, aunque un máximo del 5%".