¿Cómo sería la pandemia si no pudiésemos disponer de una vacuna hasta, por ejemplo, el 2025? ¿Te la pondrías si fuera la única, apenas alcanzara una eficacia del 50% y presentase unos efectos secundarios frecuentes? Por favor dele las gracias a la Ciencia de que no sea así, pero podría haberlo sido. Para el SARS, enfermedad prima hermana del covid-19, pero que ocurrió en el 2002, discurrieron veinte meses hasta disponer de un prototipo inyectado por primera vez en un humano. Ese plazo se redujo a solo dos meses para el covid-19 y en unos cuatro meses se había llegado más lejos en los ensayos clínicos que para los prototipos de vacuna frente al SARS. ¡Investigar (e invertir en ciencia) funciona!
Las vacunas aprobadas funcionan tan bien que no somos conscientes del reto científico que ha supuesto el covid-19. Los avances en la investigación biomédica de las últimas décadas nos dejaron mejor pertrechados. Esto, unido a una respuesta global y coordinada de toda la comunidad científica, permitió conocer que el agente causal era un coronavirus y disponer de su secuencia genética en apenas dos semanas, algo que se tardó años para el SIDA. Se pudieron hacer test diagnósticos inmediatamente y comenzar a desarrollar vacunas. Actualmente hay cuatro vacunas aprobadas en Europa, varias más en otros países del mundo y más de cien se encuentran en distintas fases de ensayos clínicos.
Las vacunas obtenidas hasta la fecha presentan unos perfiles de seguridad y eficacia incluso mejores de los esperados. Además de ciencia y mucha financiación ha habido suerte, sobre todo si lo comparamos con la búsqueda de fármacos antivirales frente a SARS-CoV-2, el virus del covid-19. ¡Todavía no tenemos! Si bien, es cierto que se ha aprendido mucho de la enfermedad y que un paciente que entra en el hospital ahora tiene muchas más posibilidades de salir adelante y mejor que hace un año. Pero muchos, demasiados, no lo hacen.
Sin embargo, este éxito científico de las vacunas se lo ha cargado la comunicación. No podemos hacer un espectáculo mediático de la farmacovigilancia minuto a minuto porque no estamos preparados para entenderlo. ¿Haríamos lo mismo para una nueva inmunoterapia contra el cáncer o un fármaco para la artritis? No tenemos ni idea, confiemos en la Agencia Europea del Medicamento, nos va la vida en ello y para eso está y funciona.
Las vacunas funcionan, ya se nota en las residencias. Y aunque cada vez debería morir menos gente gracias a las vacunas, siguen muriendo muchas personas de covid-19. Pero parece que los muertos por el covid-19 ya están asumidos y hacemos un escándalo de los ínfimos efectos secundarios. ¿Podemos asumir ya, sin temblar, cientos de muertos semanales sin que nos importe como sociedad? Seguimos en guerra, esto no se ha acabado. La única vacuna buena es la puesta, la que evitará la muerte de las personas vulnerables a las que queremos. Las que permitirán que podamos darnos, más adelante, los abrazos y besos que nos debemos y que guardo para mi madre desde hace más de 14 meses. Las que permitirán terminar con la crisis sanitaria y mitigar la crisis económica y social que le van a suceder.
Hasta que no estemos todos vacunados deberíamos tener un «modo pandemia» permanentemente activado. No podemos relajarnos ahora y debemos seguir con las medidas por todos conocidas. A estas alturas de partido ningún gobierno debería decirnos qué podemos y qué no debemos hacer. Las muertes por el covid-19 que vengan desde que se pudo comenzar a vacunar podrían ser, en gran parte, evitables.
Todo este tiempo, con tanto sufrimiento infligido, nos han proporcionado una radiografía de la sociedad española y de sus representantes políticos. También del estado de nuestro sistema sanitario y de nuestra ciencia. España podía haber hecho más pero su ciencia estaba maltrecha. Teníamos una saga de virólogos que derivan de la escuela de Margarita Salas y Eladio Viñuela que incluye al mayor experto mundial en coronavirus, el doctor Luis Enjuanes. Tenemos candidatos a vacuna que avanzan poco a poco pero que en otros países hubieran podido volar. No se puede volar cuando parte del personal clave de laboratorio para estos proyectos tenía contratos precarios y medios alejados de los necesarios. Nada me haría más ilusión que meterme una vacuna española. Podría haber sido española, pero la ciencia no se improvisa. Requiere estabilidad y presupuesto. Si antes de la pandemia los científicos ya alertábamos de la fragilidad del sistema español de I+D+i, y de la necesidad de tomar medidas para evitar su colapso, la pandemia que estamos padeciendo debería servirnos para devolver a la sanidad y a la ciencia el papel central —social y político— que merecen.
A menudo pienso y sueño con el momento en el que me ponen la vacuna. La que me toque, me da igual cuál. Imagino el momento, me visiono dándole las gracias a la persona que me ponga el pinchazo y gritando un ¡Viva la Ciencia!