Muchos esperaban que sucediera, los neurólogos también. Justo antes de que comenzaran las campañas de vacunación, un grupo de ellos publicó un artículo alertando de que las vacunas podrían relacionarse con efectos que muy posiblemente nada tenían que ver con ellas. Efectos que suceden naturalmente pero que, por una atención selectiva y por nuestra tendencia a la atribución de causas, sobre todo entre eventos cercanos, podrían minar la sensación de seguridad.
El ejemplo que usaron fue el del síndrome de Guillain-Barré, un trastorno raro en el que una inflamación de los nervios puede llevar a una parálisis, en ocasiones grave. En la década de los setenta, el síndrome se relacionó en Estados Unidos con una vacuna contra un tipo de gripe porcina. La vacuna se retiró, y no se ha probado que haya relación causal con las muchas y diferentes que se implantaron y estudiaron después. Sin embargo, quedó grabado en el imaginario colectivo (y en los prospectos de seguridad) que las vacunas podrían aumentar el riesgo del síndrome en general.
Si uno quiere creerlo ahora, su cerebro lo tiene fácil. En el artículo dicen: "Si, siendo optimistas, se vacunaran 4.000 millones de personas en un año, se espera que ocurran naturalmente 68.000 casos de Guillain-Barré, independientemente de cualquier programa de vacunación. Por tanto, es inevitable que muchos miles de casos esporádicos causados por otros factores aparezcan temporalmente asociados con la vacunación de la covid-19. Pero, como cualquier estadístico puede confirmar, esto no puede considerarse algo causal".
Las noticias y la estadística del tabaco
De momento han sido pocas las noticias que han saltado con este síndrome, aunque sí se han visto otras con casos de efectos anecdóticos y probablemente no causados por las vacunas.
Establecer una causalidad, y más en biología, no es tarea fácil. La frase "correlación no implica causalidad" tiene ejemplos por todas partes y están muy presentes en los libros de estadística. Algunos de los más usados tienen que ver con el tabaco: si las personas con dedos manchados de amarillo tienen mayor frecuencia de cáncer de pulmón, ¿el color de los dedos provoca cáncer de pulmón?
La respuesta lógica es que no. El tabaco provoca ambas cosas: un color amarillento en los dedos y también cáncer de pulmón. Pero si no supiéramos que aumenta el riesgo de cáncer o que las personas estudiadas fuman, podríamos tener la tentación de pensar que sí.
Ese es un caso simple, pero los hay de todos los grados de dificultad. Siguiendo con el ejemplo del tabaco: antes de que se conociera su relación causal con el cáncer, se llegó a pensar que no era fumar lo que aumentaba el riesgo, sino que quien lo hacía era… el café. Las personas que fumaban no solo tenían los dedos más amarillos y más probabilidad de tener un cáncer de pulmón, también bebían más café. Por aquel entonces no era descabellado pensar que fuera responsable, al menos en parte. Hoy, sin embargo, sabemos que tomar hasta tres tazas al día puede ser incluso saludable.
El ‘arte’ de las causas y la vacuna de Astra Zeneca
Que establecer una causalidad en biología no es siempre sencillo lo prueba que haya innumerables artículos sobre el tema, e incluso libros inmensos solo para tratar el tema con las vacunas. En cualquier caso, en ellos casi siempre aparecen como referencia los llamados criterios de Bradford-Hill y los más modernos de Rothman.
Entre los supuestos que, en principio, deben cumplirse para que haya causalidad están la plausibilidad biológica (que exista un mecanismo que lo explique) y, más aún, que la asociación sea fuerte, que no se explique por el azar. Correlación no implica causalidad, pero esta necesita al menos un poco de aquella.
Ni el café ni los dedos amarillos son plausibles para el cáncer de pulmón, y el síndrome de Guillain-Barré no es en general más frecuente con las vacunas que sin ellas. ¿Qué sucede entonces con los trombos que se han descrito con la vacuna de Astra Zeneca?
En este caso, aunque aún es preliminar y puede que no explique todos los casos, se ha propuesto un mecanismo posible. Lo llaman trombocitopenia inmune protrombótica inducida por la vacuna y parece asemejarse a un trastorno autoinmunitario muy raro que provoca a veces y entre otras causas la heparina, un anticoagulante. Además, aunque sigue siendo algo muy raro (se estima por el momento en un caso de cada cien mil o ciento cincuenta mil), la frecuencia parece que es mayor con la vacuna respecto a lo que sucede sin ella. De ahí que la Agencia Europea del Medicamento haya comunicado que es lógico pensar en un vínculo causal.
Sin embargo, sigue recomendando su uso. La causalidad no es la última etapa en la cadena de decisión, hay que tener en cuenta la magnitud, y en este caso los beneficios superan ampliamente y con mucho los posibles riesgos. (Si la causalidad fuera la última etapa, no tendríamos medicamentos. La práctica totalidad tienen efectos secundarios probados).
A partir de ahí, muchos países han cambiado los órdenes de vacunación, destinándola a personas de mayor edad. La decisión es compleja, pero tiene que ver con la diferencia riesgo-beneficio: los pacientes jóvenes tienen menor riesgo de enfermedad grave, por lo que las ventajas de la vacuna no son tan grandes.
En cualquier caso, este y cualquier efecto se seguirá estudiando, como sucede con todos los medicamentos, por muchos años que lleven usándose. Es algo que se hace constantemente, con frecuentes novedades a las que en la calle apenas les prestamos atención. Porque no hay ensayo clínico que pueda captar con seguridad efectos tan raros antes de que un fármaco se apruebe. A eso se le llama farmacovigilancia y, en esencia, no termina nunca.
Las cosas son así.