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El libro de la vida, el ADN, no es inmutable. La vida por sí misma lo daña y, en consecuencia, reduce la capacidad de las células para sobrevivir. Y ese es precisamente el origen del envejecimiento natural. Un envejecimiento que puede verse acelerado por elementos con los que no contábamos, como el cóctel de sol y lima o limón.
Pero empecemos por el principio. Nuestro genoma tiene 3 300 millones de letras, empaquetadas en 23 cromosomas. Este dato, así tal cual, nos deja fríos. Sin embargo, si hacemos un pequeño cálculo y lo convertimos en páginas de texto en Word podemos hacernos mejor una idea del volumen de información contenida: si este texto estuviera escrito en el tipo de letra Arial, tamaño 11 puntos e interlineado sencillo, supondrían 250 kilómetros de folios A4.
Como tenemos dos genomas en cada una de nuestras células, uno heredado del padre y otro de la madre, las “páginas” de nuestro genoma sumarían un total de 500 kilómetros de contenido genético.
Un “recetario” que muta con facilidad
Este extenso texto contiene las recetas para cocinar cada una de las piezas de nuestras células. Pero también para la integración de todas ellas en un complejo sistema que incluye desde la reproducción hasta el metabolismo de los alimentos, pasando por el pensamiento y la consciencia –la propiedad emergente más sorprendente de los seres humanos–.
El problema es que el ADN puede verse alterado por mutaciones que “trastocan” el texto original. La causa de esas mutaciones en muchos casos está en la propia actividad celular, fundamentalmente en la respiración.
En la práctica, solo en un día se estima que en cada célula se producen alrededor 50 000 roturas de la cadena, 10 000 cambios de nucleótidos, 5 000 mutaciones por productos químicos –como los derivados del humo–, 2 000 lesiones por los famosos radicales libres. Y 10 eventos de enlaces entre las dos cadenas de ADN. Afortunadamente nuestras células son capaces de curar la mayoría de estas heridas genéticas.
Los daños que más se les resisten son los llamados enlaces de las hélices de ADN, poco comunes y muy peligrosos. Se trata de los más difíciles de reparar y se calcula que 40 lesiones de este tipo son suficientes para matar a una célula. Y todo porque bloquean completamente la regeneración de los tejidos, produciendo un envejecimiento acelerado.
Cóctel al sol, dietas detox y envejecimiento acelerado de la piel
La literatura científica está llena a rebosar de personas ingresadas en centros hospitalarios con quemaduras de segundo grado por combinar la exposición prolongada al sol con el contacto o consumo de algunos vegetales, entre ellos limas, limones y pomelos. Estos alimentos dan lugar una fotodermatosis aguda porque contienen unas toxinas llamadas furocumarinas que, bajo la luz solar, inducen la formación de enlaces en el ADN. La consecuencia inmediata suele ser muerte celular, inflamación masiva y formación de ampollas en la piel.
Pero esto es solo la punta de iceberg. En casos de baja exposición, incluso aunque no se produzca una quemadura patente, el contacto continuado en el tiempo da lugar a manchas oscuras permanentes, envejecimiento acelerado de la piel y mayor probabilidad de desarrollar cáncer.
También hay descritos casos de personas que, siguiendo consejos de influencers, han realizado “curas detox” abusando de la lima, el pomelo o el apio con efectos nefastos para su piel.
Cuidado con la bergamota en los perfumes
Otra fuente de problemas dérmicos es el consumo de algunas plantas silvestres como el Chenopodium, plantas medicinales como el Plantago, contacto con las hojas de higuera o uso de aceites esenciales cosméticos (por ejemplo Psoralea). Además de que hay esencias incluidas en perfumes o productos de higiene, como la bergamota, que contienen grandes cantidades de furocumarinas mutagénicas.
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Fuente: The Conversation. Autoría: Antonio José Caruz Arcos Catedrático de Genética, Universidad de Jaén.
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