Incluso si te levantas con mal pie, por las mañanas estás bastante más guapo que cuando te fuiste al sobre. Según un estudio británico del que se hace eco ‘Nature Cell Biology’, la clave de todo la encontramos en la matriz extracelular. Porque sí, es cierto eso que cuentan los libros de que los tejidos están formados por células. Pero también por un conjunto de materiales extracelulares, una red estructural que rodea a las células rellenando huecos, regenera el tejido dañado y degrada los desechos tóxicos que no necesitamos. Tan importante es esta matriz que, aunque siempre trabaja ente bambalinas sin que le hagamos mucho caso, supone la mitad de nuestro peso corporal.
La mitad de esa matriz está hecha de colágeno, una molécula proteica que se agrupa en ‘manojos’ para formar fibrillas. Karl Kadler y sus colegas de la Universidad de Manchester (Reino Unido) acaban de demostrar que existen fibrillas de dos tipos. Unas relativamente gruesas, de 200 nanómetros de diámetro, que adquieren su forma definitiva cuando cumplimos los 17 y luego se mantienen inalterables toda la vida. Y otras más finas, rondando los 50 nanómetros de diámetro, que se dañan con el traqueteo del día a día, fracturándose y resquebrajándose. Y luego vuelven a quedar como nuevas mientras planchamos la oreja por la noche.
Los investigadores comparan la matriz extracelular con las paredes de una habitación. "La parte permanente equivale a los ladrillos de la pared, pero también hay fibrillas que sufren los estragos y se desconchan, como la pintura de la pared", aclara Kadler. Se desconchan durante el día y se reparan por la noche. Y ese ritmo de degradación diurna-síntesis nocturna mantiene el equilibrio del colágeno.