Tenía y tengo salud, mis padres estaban y están bien, con mi novio todo iba y va bien, con mis amigos todo genial y acababa de encontrar un trabajo nada más terminar la carrera. Era afortunada, pero mi abuelo había muerto. Al principio, pensé que era normal, él había sido un pilar para mí, me había cuidado desde pequeña, y que era normal que echase de menos comer cada dos domingos en su casa. Pero lo que en un primer momento fue echarlo de menos, llorar o estar triste, es decir, lo que se presupone normal, se convirtió en mi día a día. Lloraba estando en cualquier parte y eso me creó ansiedad. Yo no quería llorar delante de nadie: para mi padre era su padre, y eso es mucho más duro, ¿no? Y mi novio había pasado por situaciones mucho más injustas, al fin y al cabo, mi abuelo tenía 91 años”. Este es el relato de Ana, nombre simulado porque no quiere identificarse, una chica aragonesa de 24 años. Como ella, el 30% de los jóvenes de 15 a 29 años de España, lo que supone que un total de dos millones de personas han tenido síntomas de problemas de salud mental en el último año, pero tan solo la mitad habría pedido ayuda, según la Confederación Salud Mental España.
“Lloré en todos los sitios y a todas horas. Lo hice hasta que mi novio decidió llamar a mis padres. Él me había aconsejado ir al médico y contarle lo que me pasaba, pero yo no quería, si iba al médico era reconocer que me estaba hundiendo por algo que se presupone natural (como es la muerte de una persona de 91 años). La verdad es que en el único momento en el que conseguía esconder cómo me sentía era con mis padres, bueno, la verdad es que tan apenas iba a casa porque ellos, que saben cómo soy, sabían que no estaba bien. Y entonces los evitaba y no iba a verlos. Así que un día mi novio decidió que si yo no era capaz de pedir ayuda, la pediría él. Y así, un martes, tras haberme pasado la noche llorando, al volver del trabajo mis padres estaban en casa explicándome que tenía que pedir ayuda. Habían pasado ocho meses desde que muriese mi abuelo y yo por el miedo a llorar en público y la ansiedad que eso me provocaba, cada vez salía menos. Lo acepté y fui”, explica.