También una epidemia hizo a Santiago Ramón y Cajal reorientar temporalmente sus investigaciones, como ahora han hecho tantos científicos. En 1885 se desencadenó en Valencia –adonde acababa de llegar Cajal como catedrático de Anatomía– una epidemia de cólera que más tarde se extendió a gran parte de España, con efectos devastadores en la población.
No sin polémica, el bacteriólogo Jaime Ferrán comenzó a aplicar una vacuna de su invención, una inyección subcutánea de bacterias del cólera vivas. Cuando la epidemia se extendió a Aragón, Cajal recibió de la Diputación Provincial de Zaragoza el encargo de emitir un dictamen sobre las causas de la epidemia y la validez de la vacuna de Ferrán. Experimentando en solitario a las afueras de Zaragoza pasó Cajal aquel verano de 1885.
Además de llegar a la conclusión de que la vacuna de Ferrán podía resultar incluso peligrosa –lo que les enemistó para siempre–, hizo un singular hallazgo: "La prueba experimental de la vacuna química, es decir, de la posibilidad de preservar a los animales de los efectos tóxicos del vírgula más virulento, inyectándoles de antemano, por la vía hipodérmica, cierta cantidad de cultivos muertos por el calor", explicado con sus propias palabras en ‘Recuerdos de mi vida’.
Aunque "los trabajos de Santiago Ramón y Cajal en el ámbito de la microbiología pasaron desapercibidos –valora el microbiólogo de Unizar Jesús Gonzalo–, lo cierto es que sentó las bases de lo que sería una vacuna basada en bacterias inactivadas". Como sus trabajos de 1885 no fueron publicados más allá del ámbito nacional, "los científicos estadounidenses Daniel Elmer Salmon y Theobald Smith son reconocidos mundialmente como precursores de la vacunación con microorganismos inactivados gracias a un trabajo publicado en 1886".
Pero Cajal reconoce que "si mi labor careció de eco en los laboratorios de París y Berlín (...), valiome, en cambio, un galardón material y espiritual" que él valoraba especialmente. En agradecimiento por sus estudios sobre el microbio del cólera, la diputación zaragozana "le regaló un magnífico microscopio Zeiss, ‘última palabra entonces de la óptica amplificante’ –señala el investigador Carlos Martín–, de gran transcendencia para su carrera de investigación en neurociencias".