Ansiedad es una palabra que puede parecer demasiado gruesa para encajar en el universo infantil. Pero cuando la incertidumbre se instala en la vida, y además de forma indefinida, la angustia no conoce enemigo pequeño. Cualquiera puede caer en su red. A punto de cumplirse un año desde que la pandemia de covid-19 entrase en nuestras casas, su presencia se antoja insoportable, especialmente para los más pequeños. Ellos no han desarrollado todos los recursos mentales que se necesitan para lidiar con enemigos tan duros como el miedo o la incertidumbre, en un terreno que, además, es desconocido, atípico.
Cuando cerraron los colegios, los especialistas alzaron la voz para alertar de las consecuencias que podía tener el confinamiento en la salud psíquica de los menores. Superado este, quedaba la duda de si la situación y el cambio de realidad que todos estamos obligados a asimilar haría mella en este colectivo vulnerable.
La diatriba ya está resuelta. Aunque en distintos grados, y no de forma generalizada, los efectos secundarios del ambiente que se respira ya se dejan notar en la consulta de los especialistas. La continua alerta (¡colócate la mascarilla!); la autoprotección constante (¡aplícate gel! ¡sepárate del resto!) y, sobre todo, la falta de rutinas y de socialización (toca clase ‘online’ esta semana, este año no hay fiestas de cumpleaños) es lo que más les altera.
El cúmulo de circunstancias hace que la ansiedad empiece a aflorar, pero los signos son a veces muy sutiles. Natalia Ortega, psicóloga especialista en infancia y adolescencia, que ha tenido la oportunidad de testar con su trabajo (y el de muchos otros colegas) cómo ha evolucionado el estado de salud mental de los niños en este año, da las claves para detectar a tiempo si padecen ansiedad.