Con 23 años, la zaragozana estudia un máster en Suiza, becada por la Fundación La Caixa. Ahora disfruta una estancia en la Universidad de Harvard.
¿Cómo llega una zaragozana a la Universidad de Harvard?
Fue literalmente mandando correos a profesores y preguntándoles si tenían hueco en sus laboratorios. Y así es como se llega a los sitios. Muchas personas se piensan que es imposible por ese miedo al fallo, a que no te cojan. Yo todo lo que he conseguido lo he hecho solicitando becas, contactando con profesores... Ahora estoy aquí seis meses con un proyecto.
¿Y después?
Volveré a Suiza, donde estoy estudiando un máster en Ingeniería Biomédica. Durante la carrera hice muchas estancias en el extranjero, de hecho, un año estuve en Estados Unidos (en el Instituto Tecnológico de Georgia, en Atlanta), un verano me marché a Suiza y también hice cursos en Italia y Rusia. Así descubrí que quería hacer un máster fuera.
¿En qué proyecto trabajas?
Estoy centrando mi carrera en el análisis de imagen mediante visión por ordenador. Es trabajar, sobre todo, con inteligencia artificial en imágenes médicas para diagnostico, prevención de enfermedades… Mi proyecto en estos momentos se basa en mejorar la resolución de imágenes de resonancias magnéticas que vienen de dispositivos que son de un campo magnético muy bajo. Queremos mejorar la resolución de estas imágenes y sacar más información. En enero empezaré otro proyecto sobre el análisis de imágenes de ecografías para predecir el cáncer de mama.
¿Cómo es estar en Harvard?
Harvard suena muy grande, muy imponente; pero estando aquí te das cuenta de que al final es todo gente que le gusta mucho la ciencia y que se mueve mucho. Y no es imposible. También trabajo un día a la semana en Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). La vida en sí es muy americana, pero a la vez está lleno de estudiantes. Tienes el campus, muy grande, con todos los edificios súper clásicos, te encuentras a los hijos de todos los presidentes que te puedas imaginar…
¿Y la pandemia?
Estoy un poco curada de espanto porque el año pasado en Suiza fue todo ‘online’, lo que hizo que me fuera bastante difícil hacer una red. En EE. UU. las medidas son más laxas y da más miedo porque vas a sitios en los cuales no están pidiendo el certificado de vacunación o escuchas casos de gente que no tiene mucho cuidado. Al final depende del entorno y yo, al estar en uno muy académico, casi todo el mundo tiene cuidado y se pueden hacer cosas al aire libre.
La parte positiva es que ha impulsado la investigación.
Sin ninguna duda. Ha hecho que muchas personas se den cuenta de lo importante que es y haya más inversión en medicina y tecnología y eso hace que se avance más. Ahora hay más oportunidades y muchos más interesados en el tema. Eso es lo bueno, que se atraiga talento para que el campo de la ingeniería biomédica se mueva y se logre altos propósitos.
¿Qué fue lo que te impulsó a estudiar ingeniería biomédica?
Cuando estaba en el colegio me encantaban las matemáticas y la biología. Valoré estudiar biotecnología en la Universidad de Zaragoza, pero cuando descubrí que existía ingeniería biomédica, no me lo pensé y me fui a Madrid. Y me alegro mucho porque me ha permitido aprender muchas cosas sobre la relación entre el cuerpo humano y la tecnología que ahora puedo aplicar. Si hubiera hecho otro grado, me costaría más entender el contexto.
Y lo compaginas con el baloncesto.
Para mí, el deporte ha sido siempre importante. De hecho, he notado que en los periodos en los que no he podido practicar tanto deporte, mi rendimiento baja.
¿Te planteas volver a Zaragoza?
Si se diera la oportunidad, me gustaría. Sin embargo, en un futuro cercano me veo por Europa. Me gustaría seguir creciendo en este campo y luego volver a España y aportar todo lo que he absorbido de otros sitios.