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24 junio, 2020Suso Lasso es médico internista en el hospital Miguel Servet y se contagió de la covid-19 atendiendo la primera oleada de enfermos. "Aunque se ha avanzado, estamos a años luz de controlar la situación", advierte.
Suso Lasso tiene 47 años y es jefe de sección de Medicina Interna de la Unidad de Apoyo de los Servicios Quirúrgicos del Hospital Miguel Servet de Zaragoza. Formó parte del contingente de médicos de Urgencias, Neumología, intensivistas o internistas que atendió "en las trincheras, uno tras otro" a la primera oleada de enfermos del coronavirus.
"Hacíamos turnos atroces, estábamos nerviosos, dormíamos poco, no dábamos abasto", recuerda. Desbordados y en una situación de "altísima incertidumbre", Lasso interpretó como un enorme cansancio "por el tute que llevábamos" lo que una prueba PCR acabó confirmando como la COVID-19.
La fecha la recuerda bien. Era un 28 de marzo, sábado, en el que los enfermos se extendían por las plantas del Servet como una ola angustiosa que obligaba a reclutar a médicos de todas las especialidades, formados sobre la marcha por Lasso y otros compañeros.
"Cuando supe que estaba contagiado, me encerré en el cuarto de una de mis hijas. Lo primero que sentí es vergüenza por no haber sabido diagnosticarme".
"Este coronavirus es muy listo, da muchas caras y síntomas".
Se luchaba (y aún se hace) contra un enemigo esquivo. Tanto, que logró engañar incluso a Lasso, uno de los entonces aún pocos sanitarios que lo miraban de frente. "Este coronavirus es muy listo, da muchas caras y síntomas, todo el espectro", señala el internista. Lo mismo es asintómatico como todo lo contrario. En medio, todo un abanico de manifestaciones.
De hecho, él nunca tuvo fiebre, ni perdió el olfato o el gusto, ni padecía disnea... No experimentaba ninguna de las señales que a aquellas alturas (cuando "no teníamos ni idea") formaban parte del cuadro coronavírico. Simplemente, el médico "estaba molido", una sensación inespecífica perfectamente atribuible al momento de especial tensión y exigencia profesional que atravesaba.
Ante la persistencia del agotamiento, una compañera de Infecciosos le recomendó hacerse el test. Convencido de que la prueba saldría negativa, se fue a casa, con su mujer, Belén, su suegra y sus siete hijos, de entre 3 y 20 años. Allí se enteró de que tenía el virus: "Cuando lo supe, me encerré en el cuarto de una de mis hijas. Lo primero que sentí es vergüenza por no haber sabido diagnosticarme y mandé unos mensajes a mis compañeros pidiendo perdón. Me contestaron que un médico siempre prioriza a sus enfermos. Después sentí alivio. Sencillamente porque, dentro de lo malo, podía descansar. Me encontraba mal. No podía más".
"Los enfermos llegaban bien, pero se ponían malos o se morían en cero coma".
"Aunque se ha avanzado mucho, estamos a años luz de tener controlada la situación"
No podía más... Hasta ese día, Suso y sus compañeros habían trabajado sin descanso y, ya en esa primera etapa de la pandemia, habían visto mucho. "Los enfermos llegaban bien , pero se ponían muy malos o se morían en cero coma", una situación que, dice, "la hemos visto mucho". Cuando cayó enfermó, Suso ya había tenido que llevar a la uci a muchos pacientes, también de su edad o más jóvenes.
Los primeros compases de su cuarentena los recuerda el médico como "agradables". Dejaba atrás jornadas agotadoras, de las que volvía "deseando ducharme, porque desde el principio tuve la impresión de que este virus se te enganchaba". Sus precauciones lograron que nadie de su numerosísima familia se contagiara: "En cuanto vi cómo era 'eso', decidí dejar de acercarme a mi familia. Les decía: 'No hay besos'. Comía solo. Estaba por la casa, pero no me acercaba".
"Llegaba a casa deseando ducharme. Desde el principio tuve la impresión de que este virus se te enganchaba"
""En cuanto vi cómo era 'eso', decidí no acercarme a mi familia. Les decía: 'No hay besos'
"Ingresado, me dije: '¿Y si me muero? ¿Por qué no me va a pasar a mí?'".
En los primeros compases de la enfermedad, un paracetamol acababa con los dolores musculares de Lasso. Hasta tuvo ánimo para dedicarse tiempo a sí mismo y a la música, su gran pasión. Forma parte de dos grupos, La Banda del Flaco y Hombres Medicina, con quienes grabó un vídeo durante su obligado retiro con una canción compuesta por él.
Pero al día siguiente de hacerlo, el coronavirus empezó mostrar su lado más fiero. "Perdí la voz, me fatigaba solo de hablar por teléfono o por dar dos pasos me ponía a 120 pulsaciones", enumera. Reconoce que si esto le pasa a un paciente suyo, se habría preocupado. Pero, dice, "un médico es el peor médico de sí mismo" y "los humanos tendemos a pensar que las cosas les pasan a otros". Finalmente, fue ingresado. "Antes de ir al hospital me tomé una macrodosis para mamuts de corticoides", cuenta. Unas sustancias que se han demostrado eficaces con las exorbitadas reacciones inmunes ante el virus, que resultan mortales en algunos enfermos.
"La nueva normalidad no quiere decir que el virus ha desaparecido. Hay una falsa percepción".
"La convalecencia es lo peor. No me noto fino y tengo que ir a rehabilitación".
Lasso nunca sabrá hasta qué punto para a él, asmático, esa decisión le ayudó a superar la enfermedad: "En medicina, el tiempo, salir al paso de la enfermedad precózmente, es clave". "Aunque se ha avanzado mucho, ha habido una carrera sin precedentes en busca de tratamiento y cura y cada día hemos descubierto algo diferente, se está a años luz de tener controlada la situación. Este virus nos ha hecho una caricia, como quiera darnos un puñetazo nos vamos a la mierda, porque no hay arsenal terapéutico", advierte. "No hay que bajar la guardia. La nueva normalidad no quiere decir que el virus ha desaparecido, que esto se ha acabado. Hay una falsa percepción".
En el hospital, Suso Lasso no llegó a estar grave, pero vivió momentos de "incertidumbre", consciente como médico de lo traicionera que es la COVID-19. Por primera vez, tuvo pensamientos negros: "Un día me dije: ¿Y si me muero? ¿Por qué no me va a pasar a mí?. Sentí la experiencia de la muerte, la posibilidad de dejar viuda y siete huérfanos, pero mi fe me ayudó 100%. Me dije: 'Señor, tú sabrás'".
El 24 de abril le dieron el alta. Y desde el 24 de mayo está trabajando. Aunque ahora está lo de las secuelas. "Volví a casa contentísimo, pero enseguida me di cuenta de que no valía para nada. En el hospital no eres consciente, mis compañeros, convertidos en mis propios médicos, se volcaron conmigo, pero en casa todo me costaba sangre, sudor y lágrimas". Suso Lasso está en rehabilitación porque aún tiene afectadas las cuerdas vocales. Y sigue muy justo de fuerzas: "La convalecencia es lo peor. Lo peor", remacha. Incluso desde el punto de vista psicológico: "No me noto fino, tengo falta de iniciativa, veo a dos pacientes y me tengo que sentar, porque me canso".
Suso entiende que hay que avanzar, salir a la calle, pero insiste denodadamente en que se cumplan los pilares básicos para protegerse de los contagios: la mascarilla, el lavado de manos y, sobre todo, la distancia social.
"Lo estamos viendo en los rebrotes que está habiendo, por ejemplo, en el ámbito laboral. Sabes que no tienes que acercarte, pero lo acabas haciendo, porque te olvidas". La distancia social es lo más eficaz, pero también, a su juicio, lo que más le cuesta a la gente. Hasta tal punto que este médico dice sentir "miedo" ante determinadas escenas de estos días: "El miedo que no tuve en el hospital lo tengo ahora", confiesa.
Echando la vista atrás, reflexiona: "El virus nos ha pillado desprevenidos a todos. Hemos hecho lo que se ha podido".