Durante los últimos años, la esperanza de vida de los pacientes de cáncer, así como su calidad de vida, ha ido creciendo exponencialmente. Sin embargo, esta enfermedad continúa siendo una de las que tienen una mayor tasa de mortalidad asociada, ya que no todos los tipos de tumor responden de igual forma a los tratamientos. Algunos de ellos son especialmente resistentes a los fármacos, lo que pone en serio peligro el éxito de la terapia. En estos casos, se debe recurrir a medicamentos cuyo efecto antitumoral sea extraordinariamente alto. No obstante, esta clase de quimioterapéuticos posee un lado oscuro: sus efectos secundarios.
Los tumores aparecen en el cuerpo a raíz de que una de nuestras células sufra una serie de cambios genéticos, es decir, mutaciones, que la llevan a comportarse de forma anómala. Se convierte entonces en una célula tumoral, capaz de reproducirse con una frecuencia mucho mayor que la del resto de células del cuerpo. El tumor se comporta como una parodia de órgano, robando espacio, nutrientes y demás al resto del cuerpo. Esto es lo que da lugar a los síntomas de la enfermedad que conocemos como cáncer. De no cesar de raíz el crecimiento del tumor, las terribles consecuencias son, por desgracia, bien conocidas.
Para reducir los efectos secundarios, es necesario que los fármacos lleguen exclusivamente a la región del cuerpo en la que se encuentre el tumor. Una de las estrategias más prometedoras consiste en diseñar diminutos 'taxis' que los lleven hasta el destino deseado. Estos taxis son, en realidad, nanopartículas. Como su propio nombre indica, las nanopartículas son partículas de tamaño muy, muy pequeño. Pueden estar hechas de distintos materiales, desde metales hasta lípidos, y adoptar diferentes formas, pero todas ellas tienen en común su capacidad de actuar como vehículos para fármacos.
Fuente: Heraldo de Aragón