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La historia que se contaba en la película 'Despertares' podría resultar aplicable a los pacientes con demencia. Transfusiones periódicas y completas de plasma sanguíneo permiten a los afectados por alzhéimer recuperar temporalmente la conciencia hasta el punto de interactuar con otras personas con entera normalidad, como si hubieran superado la dolencia. Según distintos trabajos en proceso de investigación, ocurre sobre todo en fases tempranas de la enfermedad. El problema, de momento, es que pasado un tiempo, un mes o poco más, el efecto de la terapia decae y los pacientes vuelven al estado en el que se encontraban al principio. Exactamente igual a como ocurría en la autobiografía del neurólogo Oliver Sacks, que el desaparecido Robin Williams protagonizó en el cine.
"Es una experiencia muy interesante, que se está trabajando con un proyecto liderado desde España, aún en desarrollo", explica el neurólogo del hospital de Cruces Manuel Fernández, convencido de que las investigaciones van por buen camino. "De momento, el efecto logrado parece que no es estable, pero toda investigación necesita un tiempo. Muchas cosas que hace unos años parecían imposibles hoy son práctica clínica rutinaria", afirma esperanzado el especialista, profesor del Departamento de Neurociencias de la Facultad de Medicina y Enfermería de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).
La publicación internacional 'Molecular Psichiatry' recogía hace solo unos días los esperanzadores resultados de un estudio con ratones de la Universidad de Texas, en Houston (EE. UU.). Ese trabajo señala que el intercambio de sangre completa se presenta como una "posible terapia modificadora" de la enfermedad de alzhéimer. ¿Por qué? Porque la mayor parte de una de las dos proteínas causantes la enfermedad, las beta-amiloides, circulan por la sangre antes de depositarse en el cerebro. El 'saneo' del torrente sanguíneo evitaría su acumulación. Hasta que vuelve a contaminarse, claro.
Sería como la hemodiálisis
"Tenemos una prueba de concepto para la utilización de tecnologías comúnmente utilizadas en la práctica médica, como la plasmaféresis o la diálisis sanguínea. Una y otra nos permitirían 'limpiar' la sangre de los pacientes y reducir la acumulación de sustancias tóxicas en el cerebro". Así lo ve Claudio Soto, autor principal del estudio y director del Centro George y Cynthia Mitchel para la enfermedad de alzhéimer y otros trastornos cerebrales. Desde su punto de vista, el trabajo abre una clara puerta a la esperanza: "Podemos tratar la enfermedad mientras circula por la sangre, antes de que llegue al cerebro", confía.
La investigación contra el alzhéimer ha seguido fundamentalmente dos rutas, marcadas por las dos sustancias que se sabe que son las que están más ligadas a la enfermedad. Una de ellas es esta proteína anormal llamada beta-amiloide, que se transforma en placas que se depositan en las arterias del cerebro. Hay otra, llamada tau, que causa lo que se conoce como ovillos neuronales, una especie de nudos altamente dañinos que impiden la comunicación entre neuronas. Lo que no se sabe, y es importante, es si ambas manifestaciones son causa o consecuencia de la enfermedad.
De ahí, el valor de planteamientos a priori tan revolucionarios como el de las transfusiones de plasma. Aunque no se tiene la certeza, la ciencia sospecha que la beta-amiloide es uno de los mayores tóxicos para el cerebro y, "muy probablemente", el desencadenante de la enfermedad. Se deposita en los vasos cerebrales y entre las neuronas y, a partir de ahí, comienza su labor dañina. Las transfusiones continuas de sangre, como ha probado este último trabajo, redujeron entre un 40% y un 80% la acumulación de placas amiloides en el cerebro. Como resultado, la memoria espacial de los ratones también obtuvo un mejor rendimiento.
Grifols trabaja en esta misma idea con un preparado de plasma con albúmina, que es la principal proteína de la sangre y el cuerpo humano. El proyecto 'Ambar' arrancó en 2004 y su fórmula ha llegado a probarse en pacientes en estadio leve o moderado de 41 hospitales españoles y estadounidenses. La progresión de la enfermedad se redujo en ellos hasta en un 61% y el deterioro clínico, en un 71%.