Un mes de encierro. Semana Santa sin mar ni playa. Vacaciones en casita. El personal atiende a los mensajes profilácticos. Puede quedar otro tanto. He dicho puede... Audita el confinamiento Valero Pérez Camo, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Clínico Lozano Blesa de Zaragoza.
Con esto del coronavirus, no quedan demasiadas ganas de cantar, pero ¿quién me ha robado el mes de abril?, ¿cómo pudo sucederme a mí...?
El virus es pequeñito, minúsculo; pero el problema es de envergadura. No encuentro precedentes de esta dimensión a la crisis del Covid-19, y eso que todavía desconocemos su repercusión definitiva. Existe una sensación de perplejidad. Todo el mundo se hace la misma reflexión: si hace cuatro meses nos cuentan este drama, no se lo hubiera creído nadie. Es como cuando un boxeador recibe un puñetazo y se queda grogui deambulando en el cuadrilátero.
Ciertamente, todo un bofetón...
El miedo paraliza. La gente todavía no se ha hecho todas las preguntas porque seguimos en estado de ‘shock’.
Una proteína cubierta por un, a priori, insignificante lípido nos ha metido en un buen lío...
El análisis va mucho más allá de la medicina. El coronavirus nos ha bajado del pedestal de la soberbia. No somos invulnerables. A mí, la vida me parece un milagro. Cuando de joven estudié Fisiología enla Facultad, me parecía increíble que se pudiera mantener en equilibrio un sistema tan complejo. Ahora, cuando parecía que lo teníamos todo controlado con las nuevas tecnologías y los avances en medicina, una minipartícula nos ha puesto en jaque. Es una evidencia incontestable.
¿Habrá un antes y un después?
Ya se ha producido, y eso que desconocemos las derivadas finales. Ya ha habido una oleada de contagios. Otra segunda de atención, incluida la post UCI. Llegarán más oleadas, incluida la final, que es la que me compete, que será el trauma psíquico. También habrá que considerar el trauma económico.
En unas semanas, la humanidad ha dado un viraje radical...
Ha cambiado por completo la forma de vivir. También, la de morir. Yo perdí a mi padre hace tan solo unos meses y tengo la tranquilidad de haberle dado todo mi cariño hasta el último día. Es durísimo morir en soledad. Y ese es un elemento que dota de mayor crueldad al Covid. Surgen debates éticos trascendentales.
¿Por ejemplo?
El empoderamiento del individuo. Leí el otro día en ‘Finantial Times’ un artículo acertadísimo. Corea del Sur apostó por este modelo con extraordinarios resultados. Nuestras cifras de contagios y mortalidad, pese al enorme esfuerzo sanitario que se está realizando, son mucho más elevadas.
¿Cómo valora las ovaciones de las ocho de la tarde?
Reconozco que me emociono. Veo a todo el personal del hospital entregado, volcado en la lucha por la vida. Se me humedecen los ojos cada vez que lo recuerdo.
El pasado domingo, en esta misma página, el doctor Araiz decía que no le tenía miedo al coronavirus, pero sí a contagiar a su mujer e hijos.
Es una realidad con la que estamos conviviendo. La angustia de los sanitarios es llevar el virus a casa.
En medio de la incertidumbre, ¿qué conclusiones positivas podría extraer?
La absoluta entrega sanitaria. Otras dolencias que requieren ingreso, como infartos o apendicitis, han descendido sensiblemente. Y también la respuesta de la población a las medidas de confinamiento. En un país social como España, que a la gente le gusta relacionarse, se está cumpliendo. Es muy positivo que aparezcan conceptos como responsabilidad, colaboración o compromiso. No todo puede ser miedo.
Va a haber una nueva prórroga y puede haber más... Parece un juego, una táctica psicológica...
Son las medidas más adecuadas para resolver esta crisis.