Los pacientes de cáncer se enfrentan desde hace casi tres semanas a una batalla doble en la que tratan de combatir su enfermedad a la par que hacen frente al miedo del contagio por el coronavirus y a las medidas especiales de aislamiento social a las que se someten por pertenecer a un grupo de riesgo.
La incertidumbre por ser pacientes inmunodeprimidos, los tratamientos presenciales en los hospitales o la imposibilidad de tener contacto con familiares y amigos son algunas de los problemas por los que continúan recurriendo a los servicios especializados de psicología, que no han cesado durante el período de confinamiento.
Es el caso de Verónica Cruz, una enfermera de 41 años, a la que le diagnosticaron en 2015 un tumor en el intestino. Tras ser operada con éxito, el cáncer reapareció en julio del año pasado y se vio obligada a iniciar un nuevo tratamiento con medicación.
“Cuando te diagnostican te surgen tantos miedos, inseguridades y angustias. Ahora, hay una más añadida”, ha explicado la paciente, que ha evitado salir a la calle desde el inicio del estado de alarma y le ha encargado la tarea de las compras de alimentos a su marido.
Cruz teme ahora que una complicación en su enfermedad le obligue a acudir a algún centro médico, donde el riesgo de contagiarse por el coronavirus es mayor y “el sistema sanitario está colapsado”.
“Ojalá no me pase nada estos días porque acudir a Urgencias es una odisea”, ha expresado.
Por eso, la enfermera pide también mayor flexibilidad en algunas de las medidas de seguridad, de forma que los pacientes de cáncer puedan, por ejemplo, acudir acompañados a sus citas de oncología cuando reciben los resultados de la enfermedad.
En esa misma situación se encuentra Elena Melgar, una profesora de 49 años que cuenta con una jubilación por invalidez desde que le detectaron en 2017 un cáncer de recto que se ha cronificado y le ha obligado a someterse a varias operaciones.
“Para nosotros es un doble castigo: el de la enfermedad y el de estar en casa”, ha lamentado Melgar, quien actualmente no tiene que acudir al hospital, ya que se encuentra en una fase de descanso, tras un año ininterrumpido de sesiones de quimioterapia.
La docente sí que tuvo que trasladarse en persona para realizarse un TAC, una odisea para la que decidió ir a pie, ataviada con una mascarilla y unos guantes, con el objetivo de prevenir contagios.
“Cuando tienes que ir a hacerte una prueba, lo que prima es eso. Tengo miedo pero para mí es vital saber si tengo que recibir un tratamiento”, ha explicado.