Ahora, tres décadas después, la doctora Calvo cuelga la bata y lo hace como una referente en el tratamiento del cáncer infantil en Aragón. «Llegar aquí fue circunstancial porque cuando conseguí la plaza me dijeron: ‘El único hueco que hay es Oncología Pediátrica’. No tenía ni idea, pero allí me fui y lo único que pedí fue formación. Lo pienso ahora y no cambiaría ese puesto por nada del mundo. Me lo ha dado todo y me ha hecho muy feliz», cuenta a este diario.
El martes fue su último en el hospital y el miércoles el primero como jubilada, pero entre el papeleo y el teléfono que no dejó de sonar poco pudo disfrutar de esa libertad laboral. «El año pasado, por edad, ya podía haberlo dejado, pero decidí prorrogarlo uno más porque me sentía bien y también porque quería tener la convicción de que la unidad quedaba en buenas manos, con gente preparada y con experiencia. Ese momento de cerrar la taquilla y darle la llave a otra persona ha llegado y me voy tranquila», explica.
A los 15 años, cuando cursaba Biología en Bachillerato, ya supo que la medicina era su vocación. Terminó su residencia en el hospital Clínico en 1985 y cuando en 1990 acabó fortuitamente en Oncología Pediátrica esta no era una especialidad, porque no estaba reglada por ninguna institución. «Todo ha cambiado mucho y esa formación está siendo muy importante para avanzar», resalta. De hecho, en Aragón se ha dado un paso más porque se ha reconocido el perfil de Oncohematología (que es una subespecialización en general en España) y se ha creado una bolsa específica para pediatras con esta formación. «Se abrió en noviembre y eso ya garantiza que haya personas formadas. Esto también me pareció una razón para dejarlo ya, porque ya venía gente joven por detrás con conocimientos», matiza.
Un día a día complicado
La labor de Calvo durante estos 31 años ha estado muy vinculada a la investigación (que desde hace cinco año ha tenido «mucho tirón» en Aragón) y a las familias de la Asociación de Padres de Niños Oncológicos de Aragón (Aspanoa). Con muchas de ellas debutó en la comunicación de malos diagnósticos, «en las noticias que nunca deseas dar», dice. «Con el tiempo aprendes y ganas confianza, pero mentiría si dijera que el día a día no es duro. La muerte de un niño es antinatural», dice.
«Ninguna familia cuando acude a urgencias con su hijo sospecha que detrás puede haber una enfermedad maligna. Sabemos qué trabajo es este y cuando las cosas van mal, hay que decirlo. Hay que ser honesto y transparente», afirma Calvo, quien apunta que el impacto social de la pérdida de un niño «parece que representa más» y eso «motiva» la inversión.
«A la hora de investigar o de lanzar concursos se tiene en cuenta un número de pacientes. Si en oncología adulta hay 1.000 pacientes con un tipo de cáncer y en niños apenas hay 20, ese número influye en la apuesta de inversión. Se debería invertir también en ese valor añadido para la sociedad aunque numéricamente no sea elevado», reflexiona Calvo.
La sanitaria, que asegura que el covid «no ha retrasado los diagnósticos» de cáncer infantil, también asegura que la Unidad de Oncopediatría del Servet necesita cambios. «Hay que crear un nuevo hospital de día porque el actual se ha quedado pequeño y no debería estar en la misma planta. También creo que debería haber una jefatura clínica de la propia unidad. Son cosas ya reclamadas al Salud», matiza.
Estas peticiones ya quedan en la mesa de su sucesora, porque Calvo ya tiene otro reto entre ceja y ceja: correr una media maratón. «Nunca he tenido tiempo para prepararla y es mi proyecto a medio plazo», cuenta con ganas. «Eso sí, si Aspanoa o alguien necesita de mi colaboración, aunque esté jubilada, allí estaré», recalca