Diariamente los medios de comunicación se hacen eco de las cifras que el Departamento de Sanidad publica para notificar a la sociedad el número total de casos positivos en las últimas 24 horas, así como de las camas libres en uci y la situación en los hospitales. Unos datos que ofrecen una radiografía a los ciudadanos pero que no reflejan la realidad que día a día se vive en esos hospitales saturados, en esas ambulancias que no dejan de pasar por las calles y en aquellas personas que han pasado el coronavirus pero las secuelas que les han quedado, como consecuencia de haberlo sufrido, no les dejan volver a vivir con tranquilidad.
Más allá de las cifras actuales y del límite que cada día se supera, tres personas han decidido poner voz a la realidad de esta segunda pandemia. A una oleada que no ha pillado desprevenido a nadie y que, aunque se aseguró que todo el mundo iba a estar mejor preparado y que se iba a aprender de los errores, ha vuelto más fuerte que nunca para dejar secuelas en la Sanidad, en las personas que lo viven en su día a día y en las que lo han pasado después de dejarse la piel para que no se contabilizara ni un solo fallecido más por contagios de covid-19.
Estas tres personas son representantes de tres grandes grupos que no han cesado en ningún momento y que hoy por hoy, continúan dando todo de sí mismos para evitar que la pandemia gane la batalla. Estas tres personas cuentan, mucho más allá de las cifras tan escandalosas que se están registrando estas semanas, lo que es vivir desde dentro el coronavirus y cómo han tenido que apartar al miedo de golpe para poder seguir haciendo frente a la situación, solo pensando en salir de esta cuanto antes y lo mejor parados posibles.
Ellos, son tres guerreros que dejan clara la situación actual para mentalizar a toda la sociedad de lo que se está viviendo desde que en marzo el covid-19 llegó para poner todo patas arriba y romper todos los esquemas.
EN PRIMERA PERSONA
José Luis Martínez. «Esta segunda ola de la pandemia se está viviendo bastante peor que la anterior»
José Luis Martínez es Técnico en Emergencias Sanitarias (TES) y después de 24 años como trabajador de transporte sanitario asegura que esta segunda ola, «se está viviendo bastante peor que la vez anterior». José Luis cuenta que durante los meses del estado de alarma hubo «una bajada de volumen de trabajo de patologías no urgentes». Actualmente, esto no ha vuelto a pasar y por lo tanto, las ambulancias están enfrentándose a aquellos traslados que se hacen urgentes a los hospitales por el covid-19 además de atender el resto de patologías. «Durante los primeros meses la gente aprendió a quedarse en casa y a avisar solo de aquellas patologías graves o de tiempo-dependientes, es decir, aquellas en las que el tiempo corre en su contra», explica José Luis.
A día de hoy, Zaragoza cuenta con cuatro ambulancias covid, dos de ellas están a 12 horas y las otras dos a 24. Por su parte, Huesca y Teruel solo cuentan con una ambulancia cada una a 12 horas. Un servicio que «a fecha de hoy no es suficiente» pero que tampoco hay manera de poder controlar, debido a que cada día es un mundo diferente. «Si pudiéramos prevenir los picos, esto no pasaría, pero no se puede y por lo tanto, llegamos a trabajar un martes, que suelen ser normales, y de repente nos encontramos con todo lo contrario y que hay muchas urgencias», cuenta José Luis, que remarca que «todas las ambulancias de Aragón llevan equipos de protección individual para que en caso de que las ambulancias covid estén saturadas de trabajo, que lo están, podamos ir el resto a recoger pacientes covid».
José Luis afronta esta segunda ola «con mucha incertidumbre» y afirma que todo esto se suma «a la carga que ya se tenía de los meses anteriores». «Apenas ha habido descanso, los sanitarios ya decíamos que esto iba a volver y lo peor es ir a sitios y que después de todo aún se dude de si las ucis están llenas. Hay mucha gente que piensa que es una enfermedad política y que no se creen todo lo que se les está contando y esto no puede ser», zanja José Luis.
Ante la situación de actos y personas irresponsables, José Luis considera que hay casos que «hasta que no te afecta en primera persona, no se empieza a valorar el trabajo que hacen todos los sanitarios». En este caso, hace hincapié en que «nadie hace suyos los problemas de los demás hasta que no se ven afectados directamente, y cuando esto ocurre, llega el volumen de infectados que ha llegado ahora» en la comunidad aragonesa, zanja.
José Luis asegura que no tiene miedo y, a pesar de que es consciente de que hay unas medidas que cumplir, le molesta «que por muchas medidas que yo tome, por muchos traslados que haya y por mucha información sanitaria que hacemos desde la calle, haya gente que aún no se toma esto en serio».
De momento, y hasta que haya una vacuna que consiga reducir la mortalidad por covid-19, «tenemos que hacer una normalidad de las nuevas normas» porque, si no es así, «los actos de todos aquellos que no se lo creen y que no actúan como se debe, están incrementando las cifras y perjudicando a muchas personas», zanja.
Marisol Casado. «Dos meses después sigo dando positivo y me han quedado varias secuelas»
Después de estar confinada en un albergue durante los primeros meses de la pandemia para proteger a las personas mayores con las que trabaja en una residencia, Marisol Casado ve ya demasiado lejos esa primera ola porque, lo peor, aún estaba por llegar. «Estuvimos en torno a unas 30 compañeras viviendo en el albergue de Ejea de los Caballeros y solo salíamos para ir a trabajar», cuenta Marisol, que afrontó esos meses con mucha valentía para hacer frente al covid-19 lejos de su familia.
El comienzo de «los peores 20 días» de su vida se iniciaron el 25 de agosto cuando empezó a detectarse unas erupciones en la piel que le decían que «eran del epi» y una tos que consideró «normal». «Seguidamente me apareció la fiebre, dejé de ir a trabajar y llamé a urgencias. Me dijeron que iba a ser positiva en covid y así fue, el 27 me hicieron la PCR y el día 30 me dieron los resultados».
Marisol narra que fueron semanas «en cama, con 39 fiebre, con erupciones en la piel, diarreas, vómitos, heridas en la boca, cansancio y asfixia» y explica, que ahora mismo aún tiene «ansiedad» y sigue «con fatiga y con tos». Según relata, fueron días muy duros donde tuvo que llamar en más de una ocasión a urgencias. «Hubo una noche que me bajó mucho la saturación y me asusté pero en ningún momento me ingresaron y ahora, cuando lo cuento en el médico, me dicen que me tenían que haber ingresado, pero eso no llegó a pasar y solo me atendieron por teléfono».
Actualmente, Marisol sigue dando positivo en las pruebas PCR pero cuenta que le han asegurado que ha generado anticuerpos y que tampoco puede transmitir el virus.
Después de haber estado dos meses de baja, la semana pasada se calzó de nuevo el epi y volvió a adentrarse en la residencia donde trabaja para hacer frente, una vez más, a esta situación tan delicada que están volviendo a pasar. «Tengo miedo. A nivel psicológico estoy tocada porque ha habido muchos fallecimientos de mis abuelos de la residencia y tengo miedo también a volverme a infectar», cuenta Marisol, que asegura que tampoco le han dicho a ciencia cierta si sus anticuerpos se mantienen con el paso del tiempo. «Soy una de las que ya lo ha pasado y, por lo tanto, soy yo la que entro con los casos que tenemos, lo que supone un agobio constante y una ansiedad permanente cada vez que voy a la residencia», explica.
Después de dos meses, Marisol cuenta que continúa con las secuelas del covid-19 y que no tiene «olor, ni sabor y salir a la calle me supone un gran esfuerzo». Por este motivo, Marisol no concibe que haya personas irresponsables y que eso le genera «una sensación de impotencia, decepción y ansiedad» debido a que a ella, al igual que a miles de personas que lo han pasado mal, el covid le ha marcado «y dudo que lo olvide, porque ha muerto mucha gente conocida y, aunque los mayores tengan sus patologías, están falleciendo por el covid», sentencia.
Ámparo Bozal. «Me desmorona pensar que vuelven las sensaciones de incertidumbre y miedo»
Nadie dijo que los comienzos eran fáciles, y eso es lo que debió pensar Amparo Bozal cuando decidió dejar su trabajo como técnico en cuidados auxiliares de enfermería en una residencia para intentar poder trabajar en el Salud en verano. «Yo no me esperaba esto, pero directamente me llamaron en marzo para meterme en urgencias en plena pandemia y ya el primer día me enfundaron en capas y capas de bolsas de basura a modo de epi». Estos primeros diez días solo fueron el comienzo de todo lo que, sin haberse preparado mental y físicamente, le esperaba en los próximos meses.
Actualmente, y desde entonces, Amparo se encuentra en la uci del hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza y no duda en afirmar que se encuentra «llena» y que el alta de un box «solo dura libre unas horas porque tenemos muchos pacientes en fila esperando poder bajar», cuenta.
Respecto a la ocupación de las camas, Amparo comenta que cuando se habla de ello «se dice que estamos al 40% pero es porque cuentan con las camas que doblamos en boxes durante la primera ola». Actualmente, hace hincapié en que se encuentran llenos y que, si siguen así, será cuando empiecen a meter dos camas donde de normal tendría que haber una.
El continuo goteo de casos y la vuelta a una situación tan delicada como la que está pasando Aragón hacen que Amparo explique que se desmorona al pensar que «he trabajado para nada, porque vuelven las mismas sensaciones de incertidumbre y miedo que tuvimos en la primera ola».
Amparo hace un año no se hubiera imaginado el estar luchando en primera fila contra la pandemia y ahora, echando la vista atrás, afirma que creía que «mentalmente era mucho más débil». «Suelo llorar por todo, soy muy sensible, y aunque hay muchos días que salgo de trabajar y me echo un lloro por la cantidad de gente que está muriendo. Me he sorprendido a mí misma y me he hecho más fuerte ante las situaciones duras porque no queda otra».
A pesar de que cuenta que el agotamiento y el cansancio mental se empieza a notar, Amparo hace hincapié en el equipo humano que hay en la uci y que sirve de apoyo para hacer frente a todo lo que venga. «Quien trabaja aquí ama su profesión por encima de todo, pero aun así vemos el futuro muy negro y todos nos encontramos desbordados al no saber cómo va a evolucionar, pero seguimos porque ahora más que nunca tenemos que estar ahí».
La situación «no está controlada» y los trabajadores de la uci viven «al día, pensando que saldremos con uñas y dientes aunque alguno se quede por el camino, pero tenemos que salir», zanja Amparo, que explica que a pesar de los meses que ya lleva metida en medio de esta crisis sanitaria, tiene mucho miedo a contagiarse pero que tiene más a contagiar al resto. «Todos los días voy y vuelvo andando, no me monto en transporte público no por miedo a contagiarme, sino porque yo me veo como un foco de infección y no quiero contagiar a nadie antes de meterme en la ducha y de meter toda la ropa a lavar», explica.